Agitados tiempos (¿cuáles no lo son, en el fondo?) fueron para Castilla los de la Baja Edad Media. El fin del reinado de Alfonso X, el Sabio, se vio turbado por el levantamiento de su propio hijo, Sancho IV, el Bravo. En esos disturbios unos caballeros, Juan y Pedro Alonso Carvajal, tomaron partido por el hijo. Al subir al trono, su sucesor, Fernando IV, tomó la decisión, en 1312, de condenarlos por rebeldía y, sin mediar juicio alguno, mandó --injustamente-- despeñarlos por un barranco en la jienense Martos. Pero antes de sufrir la muerte, los de Carvajal emplazaron al Rey ante el juicio supremo y divino de Dios. Treinta días más tarde, fallecía el soberano, que pasaría a la historia, por este luctuoso suceso, como Fernando IV, el Emplazado.

Descendiendo hacia la Calle Empedrada, bautizada en el siglo pasado como General Ezponda, nos encontramos a nuestra derecha con el Palacio de Camarena, que fue el solar de los Carvajales de la Calle Empedrada. La familia Carvajal, como hemos visto y seguiremos viendo en semanas sucesivas, tuvo varias ramas en Cáceres. Estos Carvajales de hoy eran rama de los Carvajal de Santa María y, en consecuencia, tenían varonía Ulloa, de los Señores de Malgarrida, cuyo solar estaba en la actual entrada noble de la Diputación.

Una vez que se pacificaron las banderías en el reinado de Isabel la Católica, prosiguió la pugna de los cargos concejiles por parte de la nobleza local y, así, los antiguos bandos belicosos se reconvirtieron en partidos que pretendían el poder local a través de los cargos de regidor. Dos facciones se crearon y perpetuaron en los siglos: por una parte los Ovando y sus alianzas, por la otra, Ulloas, Carvajales y sus deudos, lo que conllevó a una profunda endogamia en cada una de las dos facciones, aunque esta rigidez tuvo --obviamente-- excepciones en el correr de los siglos.

El palacio que hoy visitamos fueron, en origen, las casas de Juan de Carvajal, el Viejo, hijo de Fernán Pérez de Ulloa, y de la trujillana Gracia de Carvajal, hija de los Señores de Orellana la Nueva y hermana de Garci López de Carvajal, Señor de Torrejón, que sería el progenitor de los Carvajales de la Plaza del Duque. Estas casas fueron incorporadas al mayorazgo de la familia por Pedro de Carvajal y Ulloa, Caballero de Alcántara y Regidor Perpetuo de Cáceres, en 1636, casado con la pacense Elvira de Ulloa, pero muerto sin descendencia, con lo que la saga continuó en la de su hermano Gonzalo.

Fue este Pedro de Carvajal quien reformó profundamente el palacio y le dotó del encantador patio toscano, de notables proporciones y tres alturas, que aún sigue en pie en su interior y que sirve de estupendo marco para las exposiciones temporales que allí se realizan. Al exterior, su signo más notable de antigüedad es la robusta torre esquinera y su espectacular matacán mensulado, que, junto con la torre de Galarza, defendería la entrada a la Villa por esta zona, ya que, no debemos olvidar, que hasta bien entrado el siglo XVI esto eran arrabales. La torre se levantó considerablemente en altura en la última reforma acometida, la que llevó a cabo Gerardo Ayala en 1989 para adecuar la casa a sede del Colegio Oficial de Arquitectos. Igualmente se añadió la --a mi gusto-- afortunada logia que mira a la Concepción, porque --no nos engañemos-- la buena arquitectura se integra siempre.

Aire neoclásico

En el siglo XVIII se le dio a la fachada principal un aire neoclásico, tan del gusto de la época. Así la fachada quedó ordenada en torno a la gran portada adintelada, con pilastras y entablamento completo, cuyo friso se decora, en su parte inferior de golas. Una puerta bajo la torre nos señala, quizá, el acceso original al palacio. Las ventanas son arquitrabadas, muy semejantes a las de otras casas reformadas en esa centuria, con la peculiaridad de que la central posee mayor altura que las laterales, lo que, levemente, rompe la tendencia a la horizontalidad del frontispicio. En torno a este vano se colocan dos armerías de Carvajal y Ulloa, por los reformadores Diego de Carvajal y Flores y Ana María de Ulloa y Vasconcelos.

Perteneció a la familia fundadora hasta que la vendieron, en el siglo XX, los Marqueses de Camarena. En la capilla que albergaba el interior de la torre se encontraban varias tablas del Divino Morales, procedentes de la Ermita de San Juan, en el Castillo de la Arguijuela de Arriba, cuyo retablo se desmanteló y dividió entre diversos familiares, así como el Cristo de los Estudiantes (mi Cristo bueno, mi Cristo guapo), que donaron a los Franciscanos.

Sonríe el final de la primavera en nuestras piedras, la luz es, cada vez, más clara y duradera. El atrevido mampuesto gasta bromas a la solemne cantería y la risa inunda todos los rincones: días vírgenes y blancos, que señalan el comienzo de todo lo que aún nos queda de eternidad.