Desde hace unos 781 años --más o menos, con las dudas que siempre produce la datación de los acontecimientos medievales-- Cáceres honra, exalta y festeja la onomástica de San Jorge, como la fiesta en honor del patrono y protector de la ciudad. Posiblemente, como aseguran varios autores actuales, porque en el santoral cristiano tradicional figuraba como día dedicado a este santo el 23 de abril; santo al que se consideraba héroe y mártir del primitivo cristianismo, como soldado romano de origen capadocio, que murió martirizado por la chusma pagana, defendiendo su Fe y su Credo. Entrando en ese día las huestes leonesas del rey Alfonso IX en la fortaleza cacereña, sin necesidad de asaltos ni batallas; venerándole desde esta fecha como el héroe que había hecho posible la reconquista de Cáceres para Dios y para la Cristiandad. El mismo San Jorge que fuera proclamado también patrón del Reino de Aragón, de muchos pueblos de Cataluña, del Reino de Portugal y de la vieja Inglaterra, de donde parece proceder su nombre y su leyenda.

Bueno, en realidad tampoco hay unanimidad en este pasaje tan repetido de la historia cacereña. Hay quien discute si la entrada triunfal del Rey en Cáceres se hizo el día de San Jorge o el día de San Juan, dos meses después; el 24 de junio, solsticio de verano; fecha que ya gozaba de un alto prestigio como fiesta entre paganos y entre cristianos.

Incluso hay quien asegura que el Patrón celestial de la ciudad fue San Marcos ; en cuya pequeña ermita, que sigue llamándose San Marquino, por esa forma tan cariñosa que tienen los cacereños de hacer el diminutivo, debió celebrarse la primera ceremonia de acción de gracias por la conquista de la plaza, que quedaría consagrada a la protección del ilustre evangelista. Que ya era por entonces patrono de la Serenísima República de Venecia.

Pero San Jorge era también, entre los griegos, el Geo-Orgios, el organizador de la tierra; el agricultor y protector de los cultivos, al que se honraba en las fiestas Georgicas, cuando la primavera vencía al invierno y comenzaba la floración de todas las plantas, a las que protegía de las tormentas, pedriscos, plagas y demás enemigos de la cosecha.

Ante estas dos posibles figuras de la iconografía patronal: el guerrero vencedor de dragones y salvador de doncellas, o el protector de cultivos y salvador de cosechas, los cacereños escogieron la más romántica y atractiva, la más brillante y gloriosa - la que menos olía a fertilizantes y plaguicidas - organizando en su honor festejos con músicas y procesiones, luchas de moros y cristianos, hogueras y cohetes brillando en el cielo.

Sin duda contribuyó a ello el buen obispo don Manuel Llopis Ivorra , importando al imaginario cacereño los modos y modas de Alcoy, el pueblo alicantino en el que había nacido, que eran mucho más elegantes y coloristas, a partir de 1951 que fue cuando ocupó la Sede Episcopal y pudo influir decisivamente en las fiestas religiosas y civiles.