Antonio Molina es mediador intercultural. El y su mujer Joaquina son pades de tres chicos de 18, 14 y 8 años. La mayor, Vanessa, estudia para sacar el graduado escolar y el carnet de conducir. Ismael, el mediano, estudia en el instituto y juega a fútbol con niños payos.

Molina cree que el mayor problema de absentismo en los niños gitanos se da en el instituto: "es cuando ya realmente se les va a exigir, y si en el colegio han ido pasando de curso sin aprender, cuando llegan al instituto no saben lo necesario. Hemos tenido casos de chavales que han pasado al instituto y no sabían multiplicar. Si tienen que repetir curso, que repitan". En su opinión, también influyen otros factores: algunos chicos se ponen a trabajar; otros piensan en casarse y también hay familias que trabajan como temporeros y se ven obligadas a desplazarse.

Una necesidad

En lo que respecta a sus hijos, Molina lo tiene claro: "le digo a mis hijos que su obligación es estudiar. Yo no les exijo otra cosa". Sobre si esas ideas van calando en otras familias gitanas, Molina es optimista: "creo que la mayoría está concienciada. Para nosotros la educación es una herramienta necesaria. Los padres saben que los niños tienen que ir al colegio para poder, por ejemplo, sacar el carnet de conducir, para poder ir a comprar o para ir al médico". Respecto a los casos de familias gitanas que no llevan a sus hijos al colegio, Molina cree "son minoría y pueden ser casos contados". Y destaca lo mucho que ha cambiado la situación: "hace diez años estábamos aislados de la sociedad. No se le puede dar la vuelta a la tortilla de la noche a la mañana".

Molina está convencido de que los niños gitanos necesitan relacionarse también con niños payos. "Si los niños se crían en un entorno donde se estudia --dice--, donde no ven a otros perdiendo el tiempo, eso hace mucho". Y para eso, cree que "no es bueno que vivamos todos los gitanos juntos. Es mejor estar en distintos barrios. Y no por eso dejas de ser gitano. El entorno hace mucho".