Nos adentramos en el adarve una vez más. En esta ocasión lo subimos, no diré si giramos a derecha o izquierda porque mi dislexia ya me ha hecho confundirme alguna que otra vez en estos paseos por los rincones de la parte antigua cacereña, como el lector sagaz ya habrá descubierto. Mirando hacia abajo tenemos una perspectiva increíble, el arco que levantó Michael de Mayoralgo para unir su palacio a la Torre de los Púlpitos y, al fondo, la torre de los Moctezuma. Subimos. Adosada a la muralla vemos una puerta que nos indica la Sala de Exposición Permanente Municipal, pequeño museíllo en el que se conservan reliquias de la vida de Cáceres, unas originales, otras reproducciones de documentos conservados en el Archivo Municipal o de tesoros inamovibles como el Pendón de San Jorge, que se custodia en el despacho de la Alcaldía. La construcción que lo alberga es el solar de los Cano, cuya fachada principal da a la Calle Publio Hurtado, parte de lo que en su día se llamó las Piñuelas Altas. Esta construcción albergó las escuelas femeninas de Magisterio y posteriormente fue adquirida por la familia Elviro, quienes seccionaron la casa y vendieron esta parte a los Mirón, de ahí el nombre con el que, todavía, es popularmente conocida.

Imagen histórica

Continuamos el ascenso y llegamos a la plazoleta que se abre ante el Palacio de Adanero y las traseras de los Golfines de Arriba. En el lienzo de la muralla se abre el Postigo de Santa Ana. Poco sabemos de la fecha concreta de su construcción, que debió ser hacia finales del Trescientos. El aspecto actual --cómo no-- se le dio en época del alcalde Alfonso Díaz de Bustamante. La hornacina situada sobre la puerta (de pequeñas dimensiones, comparada con el resto o con los testimonios que de las desaparecidas nos han llegado) es contemporánea, así como la escultura de bulto redondo que en ella se alberga, y que representa a Santa Ana Trina, en actitud sedente, de majestad, sosteniendo en su regazo a la Virgen Niña, quien, a su vez, sirve de asiento al Salvador.

Imagen temporalmente imposible, pero no infrecuente en la iconografía medieval y que resalta --de nuevo-- el carácter sincrético y mistérico del arte cristiano. Pero, como dije, todo es réplica contemporánea, aunque, si no se dice, en un momento dado puede dar el pego.

Lo más interesante del Postigo es el espectacular juego de crucerías de las bóvedas que sustentan la coracha de la Torre del Postigo en su paso hacia las Piñuelas. Maestría de alarifes y albañiles cacereños, anónimos y silenciados. Merece la pena detenerse y contemplarlas, y dejarse llevar por los sentidos. Un algo misterioso rodea esas bóvedas, un silencio de siglos que quiere transmitirnos algo. La Torre del Postigo, albarrana como el resto de sus compañeras, con su amplia coracha, defendía la puerta desde el exterior. Cercano existe un cubo en la Calle Postigo, así como restos de otro posible hacia el lado del Solar de los Cano.

Como todas las puertas de la ciudad fuerte, la de Santa Ana tenía también una torre interna que la protegía, la de los Saavedra. La actual parte trasera del palacio de los Golfines es el solar de los Saavedra del Postigo, (así llamados para diferenciarlos de los Saavedra de San Juan, que ocupaban el después denominado palacio de los Marqueses de Monroy, hoy sede de la Cámara de Comercio) familia poderosa en la época, emparentada con Carvajales y Monroys y cuyas casas se integraron dentro del dicho Palacio de los Golfines de Arriba, en la reforma del Marqués del Reyno, aunque, eso sí, conservando la parte del adarve su recio sabor cuatrocentista, pero de esta cuestión hablaremos dentro de unas semanas.

Un auténtico alcázar

Hay que decir también que el Palacio de los Saavedra fue un verdadero alcázar, muy similar a los trujillanos. La torre de los Saavedra del Postigo se alza imponente, a pesar de estar desmochada, guardiana serena y majestuosa de la puerta, testigo de esta antiquísima familia, que llegó a Cáceres en la misma reconquista, con Pedro Fernández de Saavedra, Señor de su Casa y Alcaide del Alcázar de Cáceres. Sus descendientes fueron Regidores Perpetuos y Marqueses de Castelmoncayo, Grandes de España, antes de extinguirse en los Duques de Fernán Núñez. Diré, como curiosidad, que en la actualidad el título lo ostenta Carlos Falcó, Marqués de Griñón.

De nuevo nos situamos contemplando el adarve, hermoso a cualquier hora, aunque quizá me quede con el amanecer. Desde aquí se ve perfectamente la notable diferencia de altura que existe entre los dos barrios de intramuros. Abandonamos el barrio bajo y nos adentraremos, durante unos meses en el barrio alto, la Colación de San Mateo. El paseo prosigue, dejando atrás el Postigo y el poderoso alcázar de los Saavedra, tan poco modificado, tan medieval, tan como realmente fue Cáceres en su día, lugar bastante menos palaciego y bastante más militar.