El PSOE ha ganado las elecciones en Cáceres y en la ciudad no se habla de otra cosa. ¿Por qué temerle a los cambios?, se preguntaban unos amigos mientras tomaban una cerveza en el bar del santuario de la Montaña, que lleva Joaquín con gran profesionalidad. Algo está cambiando en el que históricamente ha sido feudo del peperío. Se palpa en la calle. Miren, por ejemplo, lo que pasó en noviembre: 8.000 personas se reunieron en Cánovas reclamando un tren digno para Extremadura. Me dirán, claro, que ese día llegaron autobuses de todas partes de la región, pero no me negarán que Cáceres se volcó, pese a la lluvia, en una protesta histórica. Ocurrió lo mismo el 8 de Marzo, 7.500 personas colapsaron nuestras calles convirtiéndonos en la ciudad donde el clamor feminista sonó con más fuerza que en ningún otro punto de la geografía de la comunidad autónoma.

Cáceres siempre ha sido, dicen, una ciudad conformista y poco amiga de las revoluciones, pero que esas dos manifestaciones fueran bandera de los derechos viene a demostrar que el progresismo no es una batalla perdida. Nuestra capital vivía sumida en una calma anodina, legislaturas consecutivas de un Partido Popular dividido, con una alcaldesa recambiada in extremis, con una candidata de Vox que sorprendió a diestro y siniestro, y con un partido, Ciudadanos, liderado por un empresario, Francisco Alcántara, que viene pisando fuerte su acelerador.

Y entretanto, pocas perspectivas de que aquí se instalen grandes empresas, cuando en Zafra van a poner un matadero, en Olivenza la primera fábrica de Optibox en España para el ahorro energético, una azucarera en Mérida y un parque de ocio en Castilblanco.

Cáceres y Badajoz

A veces resulta cansino ese discurso de que todo va para Badajoz y nada para Cáceres; quizá los gobernantes también hayan tenido mucha culpa de eso. Si en los 70 éramos pioneros en generar industrias, con Catelsa y Waechtersbach a la cabeza, si dejaron escapar el potencial de las mismas, si aceptaron que las facultades universitarias huyeran de la ciudad monumental hasta convertirla en una postal sin vida y sin negocios potentes, si no supieron buscar un recambio frente a la debacle minera de Aldea Moret y no pusieron remedios sustitutivos a la muerte de la movida cacereña, si las grandes franquicias no se instalan o directamente, como Mango y Eroski, cierran ¿de qué quejarse ahora?

Es cierto que la sociedad civil tiene también su parte de responsabilidad, pero es imposible despegar si nadie pone a nuestro alcance los medios necesarios para hacerlo. Estoy cansado de esa pescadilla que se muerde la cola, que insiste en que aquí solo viven viejos (dicho de la manera más deplorable, ruin y despectiva) y de que nada hay más allá del funcionariado.

Los políticos tienen que moverse, y tienen que hacerlo de una vez por todas. ¿Sabían ustedes de dónde vienen los langostinos que nos comemos en Cáceres? Pues miren, vienen de Valladolid, que tiene bemoles la cosa. El artífice de que ello sea posible es la empresa española Gamba Natural, aunque de dueños noruegos, Bjorn Aspheim y Jan Skybak. Decidieron hacer realidad su sueño montando una piscifactoría de langostinos en Medina del Campo, una localidad cuyas actividades económicas más destacables son la agricultura, la industria del mueble y el comercio.

Si en Medina del Campo es posible, ¿por qué en Cáceres, que tampoco tiene mar, no puede serlo? Pongamos aquí una piscifactoría, o hagamos verdaderamente comerciales los productos de nuestra huerta del Marco, y dejemos de comer los que vienen de Chile o de los invernaderos de Almería, que aquí tenemos naranjos, limoneros, melocotoneros, tomates, lechugas, pimientos... Y convirtamos en próspero el Mercado de la Ronda del Carmen, que lo tenemos dejado de la mano de Dios y da pena verlo. Hay que hacer política de verdad para situar a Cáceres en el lugar del mapa que merece. Ojalá nuestros políticos, sean cuales sean sus siglas, escuchen a los cacereños, que piden a gritos una salida frente al estancamiento.

Coincidí hace unos días con la nueva hornada que ha fichado el PSOE para las municipales: Paula Rodríguez, Jorge Villar, Fernanda Valdés y David Holguín. Andaban por Santiago y algo vi en sus sonrisas. Ganas, ilusión, fuerza, confianza en que ellos pueden hacer que pase. Lo mismo todo esto que les cuento es un espejismo, que dentro de tres semanas sigamos igual o estemos peor. Habrá quien me llame arribista, tiralevitas, una retahíla que, sinceramente, me la trae al pairo, porque lo que sí tengo claro es que Cáceres debe remontar; y no pretendo ser yo el oráculo de Sigma Dos, ni tengo el don del presagio, pero me parece preocupante que el índice de parados de la provincia cacereña haya cerrado su ejercicio con 36.620 desempleados. Es una sangría absolutamente inaceptable.

Sepan que el mejor barómetro de la felicidad son los bares. Yo los frecuento porque me gusta ser feliz. Y esta semana les voy a recomendar tres. El primero, Lizarrán, que lleva abierto siete años en la calle Moret. Su propietario es Jorge Gómez y su especialidad, los pinchos, las tapas y los desayunos regionales. El segundo, José Luis, regentado en El Rodeo por José Luis Infante (no se pierdan sus croquetas, sus paellas por encargo y sus desayunos con churros de la casa). Y el tercero se llama El Escudo y está en Trujillo. Ese lugar es un regalo del firmamento porque desde su terraza se ve pasar el mundo en una cuesta medieval difícil de igualar que te conduce al castillo, al Cementerio de la Vera Cruz y al laberinto urbanístico de los dioses. Para nuestro periódico posaron detrás de la barra Emilio Luengo, Carmen Parra y Pedro Almendro. Por cierto, tengo que volver porque prometieron que me regalarían una copa de Estrella Galicia.