Mármoles Vivas lleva cien años mimando la última morada de decenas de miles de cacereños. Por sus manos habilidosas han pasado muchas de las lápidas que hoy cubren panteones, nichos y columbarios del camposanto cacereño y de otras localidades de la provincia. Un trabajo artesanal que han desarrollado tres generaciones durante un siglo, un servicio que exige especial rigor, seriedad y delicadeza al tratar con las familias en los momentos más sensibles. Las voluntades han cambiado, ahora se esculpen menos motivos religiosos y más paisajes, lápidas personalizadas o escudos de fútbol, pero lo que se mantiene igual en cien años es el respeto de estos trabajadores por su oficio.

El negocio fue fundado en 1917 por Buenaventura Vivas Rodríguez en la calle Paneras. Luego lo continuó su hijo, Buenaventura Vivas Solana, y finalmente su nieto, hoy propietario, Jesús Mª Vivas Jimeno. Es el último heredero del arte funerario de Mármoles Vivas, junto con Emilio Tostado, hijo de otro trabajador ejemplar. Saben que el negocio se extinguirá con ellos por falta de continuidad.

«Mi abuelo empezó con el mármol. Siempre se dedicó preferentemente a las lápidas, pero también a fachadas, escaleras, mesas o juegos de tocador, trabajaban con las empresas de muebles», explica el propietario. Luego llegaron las modernas encimeras de cocina, y cuando vinieron los granitos se adueñaron del mercado por su variedad de posibilidades. El taller adquirió nuevas herramientas de corte de diamante.

«Mi padre fue uno de los pocos que aún grababa a mano la piedra, con cincel, sin más. De hecho, hoy seguimos haciendo trabajos artesanales cuando nos lo piden, por ejemplo en los panteones», revela Jesús María Vivas.

Una ubicación emblemática

Jesús y Emilio siguen trabajando en la calle Paneras, curiosamente en el mismo local donde comenzó la empresa. Jesús, a sus 58 años, recuerda esta emblemática calle desde que empezó como aprendiz. Emilio también tiene buena memoria: «Todo alrededor estaba lleno de negocios, como el bar El Sanatorio, el bar Parrita, la taberna de María Solana, El Siglo, dos peluquerías, la farmacia de Primitivo Torres, Joyería Rubio...», detallan. Ahora Paneras se ha convertido en la calle del turismo. Mientras dan forma a las lápidas, ven pasar a todos los visitantes que desembarcan en Galarza.

Trabajan con una aseguradora nacional de primera fila y están abiertos a cualquier encargo, si bien la dinámica de los pedidos ha cambiado. Antes, las familias acudían al negocio nada más producirse el fallecimiento. Encargaban la mejor lápida que le permitían los ahorros acumulados durante años para este momento, a fin de dignificar a su difunto en la vida eterna. Solicitaban numerosas escultoras adosadas a la lápida, hechas a mano, con imágenes de Cristo, el Corazón de Jesús o distintas advocaciones marianas (sobre todo la Virgen de la Montaña). «Hemos realizado trabajos de hasta 6.000 euros», revela el empresario. Hoy se solicitan generalmente sencillas lápidas de unos 350 euros. En el cementerio nuevo de Cáceres las familias ni siquiera pueden elegir el tipo de piedra porque el ayuntamiento tiene el mismo granito incorporado a todos los nichos.

No obstante, sigue habiendo clientes que piden grabados especiales. Las nuevas tecnologías permiten desarrollar cualquier tipo de composición personalizada. «Gracias al láser reproducimos fotos del fallecido en un día de caza o de pesca, en su finca, con sus animales...». Hace poco tallaron un escudo del Barça con la leyenda ‘Aquí descansa un culé’.

En cien años han visto de todo, pero saben que con ellos acabará la larga trayectoria de Mármoles Vivas. «El sector se ha repartido entre grandes compañías y los pequeños negocios ajustan sus márgenes hasta no ser rentables». Además, tras la caída de la construcción por la crisis, muchas empresas de mármoles ha entrado en el campo funerario sin saber valorar lo específico del trabajo. «Se está tirando por tierra el prestigio de un oficio», lamentan.