Angela mira inquieta a su hija: "¿Tú crees que me pegan los pendientes con la cadena? Tendría que haberme puesto un alfiler bonito en la solapa". Se cantea hacia el fotógrafo y sonríe: "Sácame lo mejor que puedas, hijo, aunque a esta edad...". Angela Escandón es la abuela de Cáceres, la más longeva de la ciudad, con 104 años. No tiene dolores, ni problemas de tensión, ni azúcar, ni complicaciones para moverse, charlar o dormir, y solo toma una aspirina al día. Está lúcida y es la más sana de toda la familia, también la más coqueta y alegre, con una mente abierta a los nuevos tiempos pese a los años tan duros que tuvo que sufrir su generación.

"¿El secreto para llegar a mi edad? Vivir tranquila a pesar de los problemas, y sobre todo no trasnochar, ni siquiera de joven. Hay que cuidarse un poco", aconseja sonriente. Pero esa serenidad de pensamiento contrasta con su actividad física: no para de moverse. Todas las mañanas, cuando se levanta, hace su cama, se arregla y pregunta: ¿Qué comemos hoy? ¿Pelo patatas o pelo ajos?". Su hija María no le permite fatigarse pero le deja cubiertos para secar o algún cajón para colocar. "Si para se aburre, no va con ella", dice resignada.

Nació en Brozas el 2 de agosto de 1902, hija de una familia acomodada que regentaba una fábrica de chocolate, otra de jabón, una churrería y hasta una fonda. Pero las cosas cambiaron y a los 7 años se trasladó a Cáceres con sus padres y sus seis hermanos. Se instalaron en la calle Caleros y pronto tuvo su tarea encomendada: "Yo valía para la casa y mi madre se dio cuenta. Siempre quiso que cuidara a los pequeños. Así lo hice hasta los 28 años que me casé. Era una época difícil", recuerda.

En su boda comió un exquisito conejo además de refrescos y dulces. Vivió con su marido en la calle San José, junto a los bailes de la Gallega, "y tuve cuatro hijos de los que me viven tres". Además de la triste experiencia del fallecimiento del mayor ("es lo peor que me ha pasado", afirma), y de una vida complicada en una España de miserias, Angela recuerda dos momentos especialmente amargos. El primero, cuando una riada estuvo a punto de arrastrarla río abajo en el Guadiloba mientras lavaba. "Estaba con la Gregoria y no vimos lo que se nos venía encima. Me tuvieron que traer a casa sobre una burra", relata.

El segundo, lógicamente, la Guerra Civil y el bombardeo de Cáceres. "También estaba lavando en La Madrila y pasaron cinco aviones. ´A mí no me gustan´ , comenté. ´!Ay qué sonío tan malo llevan´ , dijeron las otras. Y al segundo... ¡boom!, parecía que nos habían caído encima".

Lo mejor, la copla

Pero Angela ha sabido olvidar todo y no critica nada, ni el pasado, ni la juventud, ni las nuevas músicas. "No se escandaliza, al revés, todo lo pregunta y todo lo quiere saber", desvela su hija. Eso sí, a ella quien le gusta es Concha Piquer, Marifé de Triana y Pepe Blanco, aunque el oido le falla y ya no los escucha bien.

Otra de sus grandes devociones son los santos. Tiene toda la habitación llena de imágenes, y por supuesto la Virgen de la Montaña ocupa un lugar destacado, "pero rezo a todas", aclara rápidamente. A veces debe separarse de ellas porque sus hijos, sus 13 nietos y sus 20 biznietos se empeñan en sacarla a las celebraciones familiares. La llevan incluso a comer a Portugal, al restaurante El Cristo. "¡Ahí viene la abuela!", dicen los camareros cuando la ven llegar. Angela sonríe de nuevo, como ha hecho durante los últimos 104 años.