Llevo años investigando y escribiendo acerca de la historia de la gente común. Personas que, aun dejando rastro de su pasado, nunca fueron considerados de interés en lo relativo a su presencia en la historia social de los pueblos. Como la triste crónica que viene a continuación.

La cultura del agua nos acerca al mundo de los lavaderos. Lugares donde la mujer se manifestaba en libertad, sin la tutela masculina. Uno de los lavaderos más populares de la ciudad fue el desaparecido lavadero de Beltrán . Situado en la carretera vieja del Casar a su salida por el barrio de Aguas Vivas. Allí campearon, durante su dura vida laboral, mujeres fuertes que, desafiando miserias y destinos, se ocuparon de lavar las ropas ajenas como medio para el sustento de sus familias.

En todos los lavaderos había un guarda que se ocupaba de que no hubiese trifulcas a cuenta de pilas o tendederos. Personas encargadas de alquilar sombrajos o alambres para colgar la ropa y de repartir el uso del agua. Uno de esos hombres fue Félix Sevilla Malpartida , un cacereño de Estorninos que junto a su esposa Serafina y su extensa prole, desempeño un oficio que compartió con el trabajo ganadero en su olivar, inmediato al lavadero de Beltrán.

El avance de los tiempos, especialmente el agua corriente y la lavadora eléctrica, hacen que la imagen de lavanderas de pobre indumentaria, cargadas con enormes cestos de ropa a la cabeza, se convierta en preludio de un tiempo pasado. Los, en otro tiempo, ajetreados lavaderos se cierran y sus trabajadores tienden a buscarse la vida de nuevas maneras. Félix Sevilla, que había conocido los entresijos de la economía del estraperlo y el contrabando de posguerra, se ve obligado a partir, en 1964, a la floreciente emigración. Primero marcha a Alemania y posteriormente a Suiza donde trabaja durante su estancia de vaquero, su oficio de siempre. Félix nunca volvería a su ciudad, fue asesinado en 1968, en el tren que le traía a casa, para robarle sus ahorros de la emigración. Su cadáver fue tirado a las vías. Sería enterrado en Perpignan y allí descansa para siempre. Su familia solo recibió, de las autoridades francesas, su chaqueta de cuero y una cartera vacía. Félix pereció alejado del lavadero de Beltrán, donde había sido testigo de mil historias de lavanderas que ahogaron sus muchas penas y escasas alegrías entre pilas de agua y tendederos de alambre.

A veces, estas pequeñas historias, solo permanecen vivas en el recuerdo de sus descendientes como Aniceto , que nunca olvido a su padre y Belén y Kiko , que guardaron para siempre, en su memoria infantil, la trágica historia del abuelo Félix.