Vivimos rodeados de maestros, doctos en la disciplina vital, que sin importar edad, sexo, inclinación política, o profesión que desempeñen, aleccionan nuestro día a día. Muchos de ellos ni siquiera saben de éste su don, y por lo general imparten lecciones sin siquiera proponérselo. En algunas ocasiones, son personas cercanas a nuestro círculo social (léase familiares, amigos, compañeros de trabajo...); en otras, son sujetos anónimos, que dictan enseñanzas a terceros, y éstas, por casualidad, llegan a nosotros dejando una huella imborrable.

Sus lecciones no sólo son impartidas a través de palabras: Y es que las reacciones, los gestos y la actitud frente a los devenires diarios, suelen ser, por lo general, más instructivos que una retahíla de consejos.

Tan sólo hay que ser receptivos a estas enseñanzas, convertirnos en "esponjas" que absorban estos adoctrinamientos para, en el momento pertinente, compartir el aprendizaje con los demás (si no, ¿de qué valdría éste?).

Al margen de los individuos que caminan por nuestras vidas como auténticos profetas pedagógicos, no hay mejor maestro que el día a día de cada uno si de aprender una lección vital se trata. Decía Oscar Wilde que "Experiencia es el nombre que damos a nuestras equivocaciones". Yo prefiero pensar que podemos denominar así también a nuestros aciertos, pues éstos nacen de la experiencia de cada uno, sin la necesidad imperiosa de haber errado antes. Eso sí, lo importante es -ya sea acierto o equivocación-aprender de nuestros actos y actuar en consecuencia.

Esta afirmación que parece una conclusión lógica, en la práctica actual suena a pura utopía. Es cierto que somos el único animal que tropieza en la misma piedra, pero lo que no podemos es poner nosotros mismos la piedra por delante, y tropezar una y otra vez con ella, cual práctica masoquista a nuestros propios intereses.

Aprendamos de las lecciones que la vida nos imparte, aprendamos de nuestra experiencia y de la de aquellos que adoctrinan con su ejemplo y asumamos que no somos más que alumnos en esta vida: los maestros son otros, y ni siquiera ellos lo saben.