TLteer se está quedando en una cosa para el metro y para las vacaciones. En el Metro se lee, lógicamente, para evadirse del metro, pero a primera vista ya no resulta tan lógico que en las vacaciones se lea para evadirse de las vacaciones. A segunda vista, sí. Las vacaciones provocan en la mayoría de sus practicantes una tensión extraordinaria y a menudo discurren en escenarios tórridos, calcinantes y espantosos, de modo que la visión de tanta gente en la playa o en el césped de las piscinas leyendo abstraída, ajena a la realidad que la circunda, podría inducir a componer la falsa idea de que en España se lee mucho, cuando lo que en realidad sucede es que existe una inconmensurable necesidad de evadirse.

Bien es cierto que las vacaciones se presentan, desde la perspectiva de los ritos y las convenciones sociales, como una evasión de la rutina, pero siendo esta rutina ajena e incómoda, una rutina que no es la de uno, algo tiene que venir a ayudarnos a evadirnos de ella, y en eso han encontrado los libros, la lectura (en la playa no hay tele), su último reducto.

La lectura en el metro es, por su parte, lo que ha inducido a los sociólogos y a los editores a suponer que las mujeres leen más, pero lo cierto es que sólo leen más en el metro, que es donde se las ve leer, en efecto, en mayor proporción que los hombres. Pero si se las ve leer es porque se las mira, y aquí está una de las claves de por qué las mujeres leen más que los hombres en el metro: para evadirse del metro y, particularmente, de la mirada de los hombres que viajan con ellas en el claustrofóbico vagón, a menudo frente a frente y, por razones de espacio, sin guardar la mínima distancia que exigen el confort y la intimidad. Pero, en fin, sea como fuere, la lectura, que creíamos una práctica casi extinguida, libra en el metro y en las vacaciones su última batalla por la libertad. Que seguramente acabará perdiendo.