Cuando llegaban los fríos días del invierno cacereño, la leña era una necesidad que no todos los vecinos tenían cubierta. Al igual que en el tiempo presente, existía pobreza energética para aquellos que no podían pagar el precio que se estipulaba para la consecución del combustible, necesario para calentar el hogar o para poder cocinar a lo largo del año. Este hecho encontraba su base legal en las Ordenanzas del Monte, publicadas en enero de 1494, para proteger a los grandes propietarios de una actividad económicamente rentable, debido a la venta de los derechos de vuelo de las dehesas, entre los que se encontraba la leña que producían los distintos tipos de arboleda, especialmente encina y alcornoque.

Las Ordenanzas del Monte, son las que más capítulos tienen, 106, de todas las ordenanzas medievales de la villa cacereña. Este ordenamiento se destina a proteger los derechos de la hidalguía local, los mismos que detentarían el gobierno concejil durante siglos. Con ello se preservan propiedades y se castiga a los vecinos, que de manera irregular se abastezcan de leña para el uso de sus hogares. Esto también afectaba a los montes de propiedad concejil, como las dehesas de la Zafra y La Zafrilla, cuyos derechos de suelo y vuelo también eran vendidos para conseguir fondos propios del ayuntamiento cacereño. Por esta razón, aquellas industrias locales, necesitadas de un exceso consumo de combustible como los hornos de cal, de ladrillos, de pan o de tejas, se convertían en los mejores clientes para los arrendatarios de los derechos de leña en las dehesas. En cualquier caso estaba terminante prohibido cortar leña verde, «por el gran daño que se hace a los montes…» fuese esta tanto para quemar como para los diferentes hornos de la villa, especialmente los dedicados a cocer piedra caliza que eran numerosos.

Sólo se autorizaba el corte de leña en ciertos montes públicos, como las sierras de la Mosca y Aguas Vivas, para la construcción de ciertas herramientas tanto de labranza como de construcción, fuesen estas, tablas serradizas, escaleras, aperos para los bueyes «e de toda su labor», carretas o vigas para la construcción de casas o molinos. Para el resto estaba prohibido, salvo pago de los precios que acordase el propietario. Esto convertía a los más humildes en los más perjudicados, cuando el frio hacía acto de presencia y la lumbre era el principal factor térmico de cada casa. A ello se añadía la prohibición de recolectar la casca de los montes, así como la jara, la escoba o el lentisco. Por lo que la fabricación de picón o carbón se convertía en una actividad lucrativa para aquellos que tenían derechos sobre lo que producían los montes, tanto públicos como privados.

La leña sería el principal combustible durante siglos, un combustible que no siempre estaba al alcance de todos. Los más humildes tenían que buscarse la vida, como mejor podían, para calentar el hogar o para poder cocinar en la lumbre. Actualmente, aunque tenemos otros combustibles venidos de lejos, el problema es similar para aquellos que la economía ha situado entre los excluidos de un sistema que, ancestralmente, se olvidó de proporcionarles las necesidades elementales para una vida digna, especialmente cuando llegaban estos días navideños que se solían celebrar al amor y al calor de la lumbre. Un calor al que no todos tenían acceso.