El idilio del periodista Carlos del Amor con Cáceres comenzó en 2008 cuando acudió a los premios Pop Art, y luego volvió en 2011 a la Feria del Libro para presentar su novela 'Confluencias'. La noche del jueves Del Amor volvió a pisar nuestro suelo, pero lo hizo a través de las televisiones de nuestros hogares y, sinceramente, nos llegó al corazón. En su espacio del telediario de La 2 realizó un precioso reportaje en el que narraba la soledad de las estatuas ante esta pandemia que nos devora.

"Leoncia Gómez, la vendedora de periódicos más célebre de Cáceres, sobresalta cuando alguien pasa delante de ella. Le han puesto una valla para que nadie la toque. Tocar es un verbo que no podemos conjugar ahora mismo. Las noticias que trae Leoncia ahora mismo en su periódico son esas que nos hacen llorar cada mediodía", relata Carlos voz en off tras unas imágenes de cacereños paseando con mascarillas bajo la atenta mirada de Leoncia.

Ella había nacido en Valencia de Alcántara en 1903 donde, dicen, fue abandonada una noche a las puertas de una iglesia. La encontraron en aquel pórtico Marciana y su marido que desde entonces la adoptaron como hija. Pero Leoncia Gómez Galán llegó a muy temprana edad a la ciudad de Cáceres, donde apenas una niña entró como criada en la casa de don Felipe Álvarez de Uribarri, un conocido abogado de la capital cuyo padre había sido notario en los años en los que ser notario en Cáceres era mucho más que serlo ahora, porque entonces era como ser poco más o menos que el rey del mambo. Don Felipe estaba casado con María San José, una mujer de belleza sin igual con la que tuvo nueve hijos: María Dolores , a la que todos conocían como Quiqui, Fati, Fernando, Felipe, Gabriel, Menchu, Marita, José Antonio y Cristina .

La de los Álvarez era una casa bellísima que aún se conserva en la plaza de San Juan y que está situada encima del restaurante El Figón y en la que Leoncia entró a trabajar ganando 7 pesetas al mes y terminó cobrando 15 duros tras sus 50 años de servicio en aquella casa de la que Leoncia formó parte como una más. Estaba Leoncia muy agradecida a don Felipe porque él se ocupó de sus seguros para que consiguiera una digna jubilación y siempre mencionaba Leoncia a don Felipe cuando terminó el final de sus días en la Residencia de la avenida de Cervantes.

En casa de los álvarez, Leoncia --de característica nariz borbónica-- se ocupaba de toda la intendencia: limpiaba, guisaba, acudía a la compra, recogía los churros de la churrería que la señora Petra tenía en la calle Cornudilla, y a su vuelta siempre le decía a doña María: "Siita doña María , la compra son 3 pesetas, más la pesetina del pobre", porque Leoncia era una mujer muy caritativa y frecuentemente ayudaba a los necesitados.

Atendía también Leoncia en aquella casa a los pequeños, que la querían muchísimo y a los que cada tarde, mientras se afanaba con la costura en la cocina, les contaba cuentos de aquellos en los que el lobo se hacía amigo de la oveja y el príncipe siempre lograba conquistar a la sirvienta. Era la de don Felipe Alvarez una casa con vistas a la plazuela de San Juan y a la calle Pintores, disponía de altos techos de lo menos cuatro metros y un hall enorme plagado de los nietos de don Felipe que correteaban venturosos entre los muros de aquel hogar tan feliz y tan lleno de vida. En la casa, don Felipe tenía un despacho que aún se mantiene tal y como él lo dejó. Era un despacho de esos con muebles de estilo español con enormes cabezas. Y estaba todo aquello repleto de libros y de estanterías.

También disponía la casa de dos salones, donde se celebraban las fiestas de Navidad y cada noche de Reyes subían los Reyes, con los pajes y todo, y, claro, los nietos, embargados por la emoción, apenas pegaban ojo pensando en la llegada de regalos de la mañana siguiente. Era la cocina de la casa el lugar donde Leoncia se hizo dueña y señora, una cocina grandísima, con una mesa enorme, debajo muchos braseros, y al lado una cocina de guisar de esas de carbón que había que encender con unos soplillos y a la que los pequeños trataban de alcanzar y soplaban y soplaban en algún descuido de sus tutores.

La cocina era el lugar de reunión por excelencia de las mujeres de la casa, un lugar sagrado donde cada Navidad Leoncia emborrachaba al pavo que luego habría de servirse a la mesa. Para aquella acción siempre cerraba cuidadosa la puerta Leoncia, pero los avispados niños espiaban por las rendijas y contemplaban acobardados la escena en la que el animal finalmente caía beodo y preso de la humeante olla.

En casa de los Álvarez trabajó durante 50 años Leoncia Gómez Galán. Un día, Germán Sellers de Paz , entonces director de El Periódico Extremadura, le propuso a don Felipe que Leoncia vendiera por las calles el diario, y ella aceptó encantada. Estuvo la paciente Leoncia durante nueve años voceando el periódico decano de la prensa regional. El dinero que ganaba, aunque poquito, suponía una ayuda para vivir y para pagar una habitación que tenía arrendada en el barrio de Busquet.

Voceó Leoncia el Extremadura entre los años 1966 y 1975, deseando que se publicara una de esas noticias sensacionales que aumentaran la tirada y, con ella, su liquidación. De manera que Leoncia compartió el ocio de la jubilación voceando "Extremaduraaaaaaaa..." al final de la calle Pintores, junto a la plaza de San Juan. Y en ese sitio, la infatigable vendedora ofrecía el periódico, mostraba sus noticias, sus fotografías más originales o la lista completa de la lotería.

En aquel escenario de San Juan, donde los muchachos jugaban sin problemas de tráfico, se movía con elegancia Leoncia, que tenía cierto aire distinguido. Por allí estaba María Galindo , que era modista, Gabrielín , que era profesor, o Hijos de Petra Campón , que era un colonial de la época que nos encantaba a los cacereños por la magistral forma con la que partían el bacalao. Luego estaba la cafetería Lux, y ese dicho de Cáceres de "Los ricos van a Lux, los pobres a LuxPortales".

A la puerta de la casa de los Álvarez estaban los taxistas. Había uno de ellos al que llamaban Monsieur porque decían que había sido chófer de unos franceses. Desde los balcones de arriba los nietos de don Felipe le preguntaban: "Monsieur, ¿nos das una vueltina?". Y Monsieur asentía con la cabeza, y en tropel los muchachos se metían en el taxi, y Monsieur daba la vuelta a la plazuela, y para los pequeños aquello era como tener el mundo entre sus manos.

Eran los años en que don Felipe llevó a casa una perrita llamada Canela y cuando don Felipe llegaba a casa exclamaba: "¡Niños, niños, que nos vamos al campo!". Y allá que Canela corría que se las pelaba escaleras abajo y luego no había quien la sacara del taxi de Monsieur, al que se metía pensando en que minutos después emprendería su viaje al campo, que era para ella como el paraíso. Y es que Canela era tan inteligente que si doña María San José decía: "¡Canela, Canela, que vienen los aviones!", allá que Canela se plantaba en el balcón, alzaba sus patitas y levantaba pizpireta la cabeza mirando al cielo esperando la llegada de los aeroplanos.

Todas esas anécdotas las vivió de cerca Leoncia, que con los señores marchaba de veraneo a Espinho, donde conoció a un guapo portugués con el que estuvo hablando varios veranos, aunque finalmente aquello no llegó a nada. Porque el amor verdadero no lo descubriría Leoncia hasta cumplidos los 74, cuando estando en la Residencia de Cervantes conoció a Salvador Hernández Fernández , natural de Oropesa, con el que contrajo matrimonio. Salvador era un hombre que trabajó en Saturnino Covisa, que eran unos carboneros muy importantes.

Fue la de Leoncia una boda preciosa que concluyó con luna de miel en Benidorm. Leoncia, un símbolo para Cáceres, homenajeada a modo de estatua en la plaza de San Juan como última vocera de El Periódico Extremadura, que es algo más que un periódico: es una institución para Extremadura, una institución para Cáceres, su tesoro, su trocito diario de historia.

La escultura, obra del artista Jose´Antonio Calderón, luce en la ciudad desde que este diario la encargó a propósito de la celebración del 75 aniversario de su fundación. Desde entonces forma parte del patrimonio cacereño.

Entretanto, el periodista sigue su relato en televisión mientras una pareja, obligada a la separación por el confinamiento, se escribe. Entonces, él parafrasea a Carlos del Amor y le dice: "Yo llevo mucho tiempo sin recibir tus miradas... de esas de las que me alimento". Preciosa oda al amor con Leoncia como testigo.