El otoño abraza lánguido, pero reconocible. La Navidad se aproxima, pero ya sin sobresaltos. La lluvia se carga de monotonía, pero no inquieta. Leopoldo ha vuelto a casa y Cáceres vuelve a ser una ciudad feliz. Los cacereños perdonan que Mérida se lleve los funcionarios, la capitalidad y las consejerías, pero lo de Leopoldo era demasiado. Nos habíamos quedado sin nuestro único clochard y la desazón había convertido el otoño en una estación desapacible y sin metáforas.

Pero el pasado sábado, nuestro inspirador de poetas, la luz de nuestros artistas, el surtidor local de buenos sentimientos reapareció y en Cáceres no se habla de otra cosa. Ha vuelto más joven, más limpio, sin barba y con una bici nueva. Su imagen es tan distinta que las gentes tardan en reconocerlo.

CENA A LAS NUEVE

Eloy Vaquero, que sigue dándole de cenar cada noche a las nueve en su bar Lido, le pregunta que cómo ha venido y él responde lo de siempre. Es decir, que con su primo Serafín. "Viene muy limpio, afeitado y con ropa nueva, pero le durará poco. Esta tarde, cuando le puse un cafetino, ya tenía las manos muy negras", relata don Eloy.

Leopoldo, el de la bici , tiene su querencia en la calle Gil Cordero, donde lo miman y lo atienden. Las gentes llevan ropas al bar Lido y Paquita, la del club Yuca, le ha comprado ya un sombrero para que no pase frío. Aunque, ¡atención!, también se mueven por esta calle las incansables catequistas que este verano lo quisieron reformar provocando su huida.

Leopoldo ha vuelto a casa y Cáceres respira aliviada. La ciudad feliz, acostumbrada a personajes callejeros de tanta prosapia como Nano o Sátur, no se conformaba con la extravagancia pop de Pitoño el del casete . Necesitaba el lirismo tierno, decadente y parisino de Leopoldo para sentirse reconfortada. En las ciudades elegantes, hasta los vagabundos han de tener clase.