Uno de los aciertos más notables que tiene la actual Ley Electoral es fijar un «Día de Reflexión» al final de cada campaña, inmediatamente antes del día de votación, para que los ciudadanos terminen de «digerir» el enorme caudal de propuestas, proyectos, intenciones y alianzas, que cada Partido ha ido desgranando en mítines, debates, panfletos o cartelería de calle; y para acabar de enterarse de qué «mundos sublimes» le esperan en el futuro, si decide votarles a ellos; a los autores o inspiradores de tantos y tantos panfletos - que han costado al «erario» tantos y tantos millones de euros - y que van a seguir costando, para pagar a los futuros diputados, senadores, consultores y asesores de Sus Señorías, cuando estos asciendan al «paraíso parlamentario».

Ha sido un acierto, insisto, porque con ello - aunque solo sea «de ciento en viento»- los votantes españoles se van a ir acostumbrando a «reflexionar» sobre temas y problemas que habitualmente les «traen sin cuidado»; si surgen otros campos sobre los que discutir o debatir, como, por ejemplo, sobre futbol, sobre la última corrida de toros o sobre las Fiestas del Pueblo organizadas por el alcalde.

Reflexionar es una actividad puramente intelectual y contemplativa, de la que podemos obtener enormes beneficios. Beneficios de los que no es el menor acertar con nuestros votos para elevar a los «escaños» a gentes realmente preparadas, sosegadas, que sepan diseñar leyes acertadas y que puedan llevar a la gente a metas de convivencia, de cooperación y de progreso dentro de este gran proyecto nacional que es España.

La obligación de reflexionar y la libertad para hacerlo en todo momento y sobre cualquier tema, aparte de la actividad política - aunque quizá sea ésta la que más lo necesita - debería ser uno de los derechos y libertades fundamentales de toda Constitución. Sancionando a quienes emitan opiniones ofensivas, proyectos basados en el odio, en el desconocimiento, en la envidia o en cualquier otro «apetito desenfrenado»; como lo hacen aquellos que no meditan, o que meditan sólo para resaltar su «ego», para condenar a los que no piensan como ellos, para apoyar las mentiras y engaños que les sirven de «tapadera» o para marcar los rasgos sociales y raciales que les distancian de los «otros», en vez que aquellos que les acercan.

He aquí una de las «libertades constitucionales» que se convierte en derecho de todo ciudadano cuando es ejercida con acierto, con recta intención y con el deseo de comunicar a todos los demás ciudadanos altos principios filosóficos, actitudes positivamente morales o verdades contrastables que se estén ocultando o tergiversando por espurios deseos de engaño o de ganancia.

La libertad de reflexión, junto a la de manifestación, a la de publicación y a otras que se recogen en todos los textos constitucionales, son la base y cimiento de la misma democracia. Sin ellas es imposible concebir un régimen político en el que los ciudadanos se sientan realmente libres y dueños de sus destinos y de su futuro. Podemos afirmar que toda sociedad abierta y democrática «respira» a través de sus libertades; y si estas se coartan o se restringen - como ocurre en las Dictaduras o en las guerras - la sociedad se asfixia y se «momifica» en formas rígidas e inalterables.

¡Ahora es el momento! Presentándonos ante las urnas con los deberes hechos, después de un día de verdadera reflexión en el que hayamos encajado perfectamente el proyecto de sociedad que deseamos: abierta, solidaria, integradora y dinámica. Sin perdernos en los vericuetos del engaño, de la fantasía o del autoritarismo nacionalista más retrógrado y estéril.

Reflexión quiere decir volver a doblarnos sobre nuestras propias ideas, para comprobar su idoneidad y acierto, al aplicarlas a los demás.

*Profesor