Aquí sigo, donde les dejé, bajo la Torre de Sande, con el tiempo detenido, en apariencia, porque marcha inexorable (aunque sólo se desee vivir el presente) y no queda más remedio que recordar las horas, que limando están los días, / los días que royendo están los años . Nos adentramos en la calle Orellana, nombre épico, trujillano y americano, con tantas resonancias de banderías y gestas. En ella se abre la actual fachada de la Casa de los Aldana. No fue ésta la original, sino fruto de las reformas decimonónicas y la presencia de tanto vano arquitrabado no hace sino corroborarlo. El zaguán es pequeño, pero coqueto y el patio, también de reducidas dimensiones, presenta la particularidad de ser rectangular, extraña circunstancia en este Cáceres nuestro. Pueden pasar, entrar hasta el fondo, puesto que en esta casa se abre un pub de idéntico nombre que la raza constructora.

Agradable, decorado con antigüedades, retratos imponentes de personajes que nunca imaginaron que acabarían colgados en una taberna. Sic transit gloria mundi . Bajo lámparas de casas señoriales, cómodas, cómodos sofás chester, donde quien escribe pasa bastantes horas (unas muertas, otras vivas) y un tresillo Luis XV, con su delicioso tapizado en petit point . Siento descender a estos detalles, pero las antigüedades son uno de mis muchos vicios confesables. Siéntense, sin prisa, y contemplen el artesonado.

No hay muchas oportunidades de disfrutar fácilmente de ejemplares como estos. La mayoría de ellos se encuentran en casas particulares y los reformadores de edificios públicos se encargaron (en gran número de ocasiones) de arramblar con ellos, o de sustituirlos por recreaciones. Este es el tipo de uso de edificio singular que debe promoverse y alentarse.

Las instituciones públicas o privadas ocupan y conservan palacios, pero, por desgracia, no generan riqueza ni atraen público hacia nuestra parte antigua. No podemos permitir que nuestro patrimonio se convierta en un enorme y bellísimo decorado sin actores, la ciudad vieja tiene que estar vivida, no sólo soñada o imaginada.

Linaje

A lo nuestro. Los Aldana, como la mayoría de los nobles linajes cacereños, era familia norteña, que bajó hacia Extremadura por parentesco con algunos maestres de Alcántara, concretamente Suero Martínez y Gonzalo Martínez de Oviedo.

Como ven, la emigración es un fenómeno parecido --guardando distancias-- a través de los siglos, un pariente sale de casa y cuando se sitúa bien, se lleva a otros miembros de la familia. Se asentaron en Cáceres y fueron, por enlace con los Sotomayor, señores de la Lagartera. Se extinguieron en los Cáceres, señores de Espadero y éstos, a su vez, como se dijo, en los duques de Fernán Núñez.

Si el nombre de la calle es épico, épica también es la familia, y en esta casa nació Lorenzo de Aldana, el conquistador de Perú y Chile, uno de los hombres de confianza de Pizarro y acaparó poder y cargos en aquella época en que los dioses nacían en Extremadura. Sus hazañas en las Indias sobrepasarían --con límites-- un ensayo. Fue responsable directo de la muerte del primer Virrey del Perú, don Blasco Núñez Vela, junto a Gonzalo Pizarro. Siglos más tarde, sus descendientes acabarían entroncando en los trujillanos marqueses de Sofraga.

Con él fue su pariente Hernando, que --sin embargo-- no consiguió tanta gloria, pero llevó el nombre de Cáceres al otro lado de la Mar Oceana. Aquellos locos de gloria se enfrentaron a la propia razón y al destino en una empresa de la que nunca deberemos avergonzarnos, a pesar de ciertos revisionismos. Nuevos Ulises que buscaron nuevas Itacas.

La fachada original se encuentra volcada hacia la Cuesta de Aldana, junto al caserón que perteneció al Marqués de Castronuevo, personaje lleno de mil y una anécdotas. El atento paseante descubrirá la fachada original, el arco de medio punto, el matacán, la ventana geminada, enterrados en una portada decimonónica e insulsa. En ella, y sobre un reja losangeada (de las que por estas tierras se denominan carceleras) se exhiben las armas orgullosas de la casta labradas en alabastro: en campo de gules, cinco lises de plata.

Traen el recuerdo de la leyenda del Aldana humillado y ofendido que retó a singular combate al sobrino del Rey de Francia. Su lanza estaba a punto de atravesar el pecho del príncipe, cuando el soberano le cambió la vida a cambio de cualquier cosa. El cacereño pidió cinco de las ocho lises de las armas reales francesas, y el Rey se las dio. Desde entonces, los Reyes de Francia (y hoy nuestros Borbones) sólo ostentan tres, el resto las tienen los Aldana. Resuenan --de repente-- las palabras legendarias del Rey de Francia: je te les donne, bien qu´elles soyent maldonées . Lises mal donadas por el miedo, pretéritos imperfectos tan prescindibles comparados con los actuales presentes infinitos, labrados en sólida fábrica de cantería --firme y segura--, que nos hacen profundamente adictos a la eternidad.