TPtara dar lustre al programa político de la capitalidad cultural, bien se nos presenta en primavera el escenario callejero de la ciudad en el que, bajo apariencias contrapuestas, se aúnan sin embargo expresión artística y religiosidad popular. En los fines de abril San. Jorge y, ya en mayo, la patrona de la ciudad, junto con las muestras de la producción artística contemporánea que nos trae Foro Sur, se apropian del espacio ciudadano mediante elaboradas performances que recrean respectivamente la genuina esencia de la tradición religiosa y lo más de lo más de la innovación post-artística.

Al referirme a apariencias contrapuestas me sitúo en la confrontación provocada por el uso de determinados signos religiosos en algunas prácticas del arte que, tratando de desmitificar el elemento místico, descontextualizándolo en busca de una trascendencia más material, han provocado las iras del estamento religioso y de los creyentes convencionales.

Sin embargo las significaciones de lo sagrado y lo profano no son excluyentes. El arte y las religiones son productos culturales y como tales buscan comunicar, transmitir, producir un sentido trascendente a la realidad que vivimos Ambas expresiones están destinadas a coincidir siendo el punto de concurrencia aquel en el que se desarrolla la actividad sociocultural de la vida ciudadana.

La estación preámbulo del verano, previa a la obligada indolencia a la que conduce el extremado calor de esta tierra, surge precisamente en nuestra ciudad como el momento propicio para activarnos, para tomar la calle, para encontrarnos en torno a cualquier acontecimiento o ceremonial que nos permita participar, formar parte del espectáculo, gozando de él, en una convivencia comunitaria socializadora.

Así nos encontramos, a las puertas de mayo, entre el suelo y el cielo, sumergidos en una liturgia de sensaciones que nos lleva de lo mundano a lo sacro, perpetuando el espectáculo performativo que aproxima la instalación artística al ritual religioso. Arte y religión, dos lenguajes diferentes que tienden puentes entre el mundo real y el universo metafísico, lo sobrenatural, captan nuestra atención y nos incitan a reflexionar para, desde una y/u otra opción, alcanzar el equilibrio emocional.

La virginal patrona y las piezas artísticas intercambian en este encuentro sus esencias. La primera puede contemplarse desde su entorno ritual, desde la parafernalia que acompaña su descenso a la ciudad, como una puesta en escena, una representación artística. El arte a su vez se presenta como una experiencia religiosa. El piadoso adepto de la protectora de la ciudad tal vez mire con recelo el provocador movimiento artístico y el incrédulo observará con prevención el rito popular.

Los lugares destinados a ambos cultos presentan ciertas coincidencias. Así, al igual que la virgen desciende de su ermita y es alojada en el templo bendecido, el arte sale del museo y se ubica en el viejo recinto histórico, un lugar que los cacereños han sacralizado, preservándolo de cualquier profanación, y que no obstante se ofrece ahora como marco idóneo para las representaciones artísticas. Es esta una excelente muestra de las loables intenciones de apertura de la ciudad al cosmopolitismo cultural.

Cáceres armoniza en su primavera dos simbologías paralelas: la que representa la nostalgia de la tradición, la fe y devoción popular, y la rebelde, contestataria y liberadora expresión de la plástica más actual. Ambos artificios, y los dos con valor social, son capaces de removernos y producir en nosotros la conversión.

Si los iconos religiosos, más allá de dogmatismo, pueden simbolizar la búsqueda mística de la perfección del hombre, en esa intención de parecernos a los dioses, el arte del siglo XXI, fuera del mercantilismo que lo sustenta, puede a su vez servir como documento de la vida cotidiana y exponer de forma crítica los desajustes de la sociedad, para animarnos, en este caso, a progresar en el perfeccionamiento de nuestra condición humana.

Opciones, pues, en esta primavera local para satisfacer a muchos y que debieran percibirse cada una en su contexto y sin tensiones. Entretanto si el momento no nos resulta proclive para tanta filosofía, limitémonos ahora a disfrutar de lo que nos ofrece la ciudad cultural.