Amparo es la quintaesencia de lo que significa para muchos cacereños la bajada de la Virgen de la Montaña a la ciudad. Cada año, acude a la procesión, «el pasado, vine cuando me estaban dando la quimioterapia», cuenta emocionada, «hace ocho días que me operaron de cáncer de mama y anoche fui a darle gracias al Nazareno y ahora, a la Virgen». Acompañada de su amiga Encarna, ha subido en taxi al santuario, pero ambas piensan bajar andando para acompañar a la patrona.

Muchas de las personas que ayer subieron a pie o en coche el camino de la Montaña cuentan historias similares. Beti, colombiana de nacimiento, comparte este sentimiento, «me operaron de un pecho, mi marido vino a pedirle que no fuera canceroso y todo salió bien». Cada uno de los devotos de la Virgen tiene un motivo, pero todos comparten la emoción de un momento que esperan con ilusión, «cuando ha salido la Virgen nos hemos puesto a llorar como dos tontas», se ríe Encarna.

Alegría, respeto, devoción, son algunos de los sentimientos que describían las cientos de presonas que llenaban el camino de bajada de la Virgen, marcado este año por un sol de justicia. En la poca sombra que había en lo más alto de la Montaña, se refugiaban Ángela y Marcelina, vestidas de refajo y con sendos ramos de flores para la Virgen, «mientras podamos, seguiremos viniendo vestidas así», cuenta la primera, mientras enseña la falda que su madre le bordó.

A pesar del calor, Basi, a sus 76 años, ha subido andando con sus nietos. Los ojos se le llenan de lágrimas cuando cuenta que sube todos los años y que este ha pedido especialmente por unos familiares. Acompaña a la Virgen hasta Fuente Concejo, «como hay mucha gente, allí le digo, ‘ya vas acompañada’, y yo me vuelvo para casa», cuenta con una sonrisa.