"El barrio de Llopis Ivorra está completamente olvidado por el ayuntamiento", con estas palabras recibía ayer a este diario el presidente de la asociación de vecinos de la barriada, Gregorio Talavera. Las deficiencias saltan a la vista: las calles presentan socavones y baches de gran importancia y las pistas deportivas y la sede vecinal son foco constante de actos de vandalismo callejero. Sin embargo, los vecinos aseguran que están hartos de dirigir sus protestas hacia el consistorio cacereño pero "las respuestas siempre son nulas, este barrio no ha recibido ni un solo euro de las arcas del actual gobierno municipal".

La gota que ha colmado el vaso ha sido la noticia de inversión de 200.000 euros para la ejecución de la primera fase de las obras del centro cultural Rodríguez Moñino: "Esos 200.000 euros deberían ser para arreglar este barrio, no para dedicarlos a remodelar un centro de carácter municipal, para eso se tendría que destinar otra partida de los presupuestos municipales", protesta el responsable vecinal.

Llopis Ivorra cuenta con el mismo saneamiento desde hace más de 50 años, y aunque a los vecinos les llega bien el agua, muchas veces las tuberías se atascan. Esto es debido, según el presidente de la barriada, a la antigüedad de las mismas, están hechas de cemento, lo que facilita que la suciedad se quede pegada a las paredes y llegue un momento en que el agua no pueda pasar por ellas.

Del mismo modo, el asfalto lleva sin remodelarse medio siglo, por lo que se encuentran levantadas. Esto provoca problemas para el tránsito de vehículos, que a su paso tienen que evitar baches y socavones.

Las pistas polideportivas, por otro lado, son foco de actos vandálicos cada fin de semana. "Constantemente aquí se hacen botellones , la gente rompe las verjas y entra dentro para beber y orinar, es una vergüenza", afirma indignado Gregorio Talavera mientras señala el tejado de la sede vecinal, destrozado también por este motivo, o las paredes del recinto --que engloba las pistas y la sede vecinal-- decoradas todas con grafitis.

El malestar del responsable del barrio, que lleva 15 años asumiendo el cargo, es todavía mayor si se tiene en cuenta, como según él mismo explica, que los vecinos ya empiezan a desconfiar de él. "Empiezan a pensar que no hago las cosas bien y que tengo que dejar el cargo cuando me paso el día en el ayuntamiento luchando porque este barrio sea tratado como los demás de la ciudad".