Viene del día 15 de diciembre

Cuando llegaba la noche, Alberto Barrado guardaba en un rincón de la habitación a Tizona en aquel Cáceres de la calle Godoy de 1940 donde también vivía doña Milagros , que era maestra de escuela y estaba casada con un chófer de la Guardia Civil. El padre de doña Milagros se llamaba don Arturo y trabajaba como encargado de los almacenes de tejidos de don Víctor García Calvelho , que eran unos almacenes de mucho prestigio en Cáceres, situados en la calle Parras.

Era en aquella época Godoy una zona con gran movimiento. En la parte baja de la casa de los Barrado vivía Juan Castaño Suero , y su madre, Daniela , casada con José , que tenía un bar frente a la iglesia de Santo Domingo. Al lado estaba la Delegación de Hacienda, donde vivía el señor Sellers , padre de Germán Sellers de Paz , que luego fue director del Diario Extremadura.

En el barrio residían igualmente los Uribarri , en cuya casa había un corral muy grande con unos limoneros. Tenían una tía, doña Juliana , que cada tarde daba de merendar a los muchachos pan con miel o pan con chocolate. Los Uribarri eran tres hermanos, uno de ellos se llamaba Fernando ; tenían dos primos, que también se sumaban a los juegos infantiles: Chuchi y Pilar Murillo , que era la que siempre organizaba los cotarros, una niña muy guapa y muy lista que ponía diminutivos a todos los niños de la pandilla. A Lorenzo, el hermano de Alberto, le puso el cariñoso Chenchi , y con Chenchi se quedó.

Pero aquellos juegos no solo se repartían entre la calle y la casa de los Uribarri. En el barrio vivía igualmente don Pedro Acedo , hermano de Carlos Acedo, que trabajaba en la Audiencia, donde era secretario de sala. Sus hijos, Paco y Tere , eran también amigos de Alberto Barrado. En su casa tenían un piano y a Alberto le gustaba aporrear las teclas mientras la buena de doña Luz Carrera , madre de los pequeños, animaba a Alberto para que aprendiera música. "Alberto, hijo, cuando aprendas a tocarlo podrás venir a casa las veces que quieras", le decía paciente doña Luz mientras Alberto desafiaba aquel teclado en busca de infinitas melodías.

Era feliz a medias aquella vida porque los Barrado continuaban con muchas estrecheces. Eran tiempos de restricción transitoria del pan, de represión, masonería y persecución mientras el gobierno de Franco continuaba con las cartillas de racionamiento. Antes de que la Casa de la Madre de la calle Godoy hubiera sido hospital materno fue el Casino de la Concordia, lugar frecuentado por los señoritos de la ciudad, que cada tarde echaban allí la partida. Los abastecedores de la Concordia tenían dos hijas, Lucía y Elvira , quienes desde el balcón de la cocina lanzaban a los Barrado algo de comida, con frecuencia patatas fritas envueltas en papeles de estraza, que los Barrado agradecían conscientes de que ellos no eran igual que el resto, que seguían marcados por la trágica despedida de Angel apenas unos años antes, aquella fatídica Navidad de 1937.

El traslado a Hornillos

Al cabo de uno o dos años, Sabina y sus hijos se trasladaron a la calle Hornillos, acompañados de Tizona, la espada que seguía animando los juegos infantiles del pequeño Alberto. Lo hicieron por mediación de su tío Santos Floriano. Pudieron arrendarle la casa, por 30 pesetas al mes, al señor Carbajo , que trabajaba en la Diputación. Aquella casa era en realidad una habitación, con una pequeña cocina y un zaguán, sin agua corriente, y water compartido con el resto de vecinos de la finca, entre ellos un guardia civil llamado Miguel Tesón Ortega , casado en segundas nupcias con una mujer viuda, la señora Antonia . Miguel tenía tres hijos: Primi , Chini y Paco , y la señora Antonia tenía otros tres, Pepe , militar, Lolete , empleado del Banco Hispanoamericano, y Justo , que se hizo ats.

En la calle Hornillos hizo Alberto Barrado muchos amigos: José Iglesias Brillo , y Juan y Jacinto Muriel Solano , hijos estos dos últimos de un linotipista del Extremadura al que cada tarde sus hijos, acompañados por Alberto, acudían a llevarle leche a la sede del diario en la Generala. Muriel bebía con paciencia la leche porque andaba mucho con plomo y decían que la leche era muy buena para contrarrestar los efectos nocivos del metal. Al pequeño Alberto le encantaba acudir al Extremadura ya que arriba estaba Acción Católica y era un lugar habitual de juegos de los chavales cacereños de la época, muy frecuentado, por ejemplo, por los hermanos Cotallo : José Luis , Tinino , Juanjo y Eduardo .

Era Hornillos, pegando a Caleros, una calle muy entretenida donde Barrado conoció a una familia de trabajadores procedentes de Sierra de Fuentes: los Nevado , que tenían cinco hijos: Juan Antonio , Domingo , Rosendo , Pedro y Candela , que era rubia y muy guapa. Y también a Pepa Jiménez , que jugaba más con los muchachos que con las muchachas y que en más de una travesura acompañó a Alberto Barrado. Como aquel día del 20-N, que se festejaba en Cáceres el llamado Día del Dolor, cuyos orígenes hay que buscarlos en los inicios de la Guerra Civil Española, el 20 de noviembre de 1936, cuando fue fusilado en Alicante José Antonio Primo de Rivera , fundador de Falange Española. Posteriormente, la propaganda del franquismo hizo de Primo de Rivera, al que en la época se nombraba simplemente como José Antonio, un

mártir precursor de su causa y el 20 de noviembre se convirtió oficialmente en el Día del Dolor.

A aquella celebración acudían entonces todos los peces gordos de la ciudad: el gobernador civil, los responsables del Movimiento, los miembros de la corporación municipal y provincial... Se citaban a las puertas de Santa María y una multitud honraba la memoria de José Antonio mientras con el brazo en alto cantaba el Cara al Sol , uno de los referentes icónicos para visualizar al régimen franquista y a las personas e instituciones que se identificaban con él.

Aquellos 20-N se celebraban siguiendo las modernas técnicas de propaganda del franquismo para conseguir una presencia abrumadora en todos los ámbitos de la sociedad cacereña. Era toda una parafernalia simbólica de camisas azules, boinas rojas, correajes militares y corbata negra como luto por José Antonio. Entonces, en los muros de la concatedral, y también apoyadas en el suelo, se colocaban decenas de coronas de laurel, todas ellas hechas a base de aros de madera. Alberto y sus amigos habían visto como algunos de los hijos de las más distinguidas familias cacereñas disponían de aquellos aros de madera en sus juegos infantiles, de modo que escondidos esperaron a que los fastos del 20-N concluyeran y raudos cargaron con un gran número de coronas, que despojaron del laurel para cumplir su sueño de hacer rodar aquellos aros.

Las autoridades, al percatarse de la fechoría, acudieron en busca de los niños, menos mal que el padre de Pepa Jiménez, que era funcionario del Sindicato Vertical, medió para que el conflicto no pasara a mayores y se quedara en lo que fue, una simple travesura infantil.

El paso por el colegio

Entretanto, el pequeño Alberto Barrado no faltaba a la escuela. Primero acudió a Cristo Rey, con la madre Fernanda , y entre los alumnos condiscípulos Antonio Alvarez , Fernando Vega (odontólogo), Valentín o El Titi , hijo del panadero Fachenda . Allí estuvo Alberto hasta los 10 años y allí hizo la Primera Comunión. Pasó después a la escuela de la Virgen de la Montaña, en Alfonso IX. Andando recorría el camino de Hornillos hasta ese colegio; a la vuelta atravesaba con los compañeros la calle Moret: el Alvarez y la Cervecería Castaño, siempre hasta arriba de clientes que bebían cerveza y comían percebes. En aquella escuela tuvo Barrado de profesores a don Licerio en el primer grado, a don Isidro en el segundo, a don Gabriel Medina en el tercero y a Florencio Manzano , en el cuarto.

Después, a los 12 años, por mediación de su tío Manolo López y de don León Leal , fundador de la Caja de Ahorros de Cáceres, Alberto ingresó en la Escuela Elemental de Trabajo y Capataces Agrícolas, que estaba por Múltiples. Alli estuvo con los hermanos Melli (el fotógrafo Juan Guerrero fue uno de ellos), los hermanos Remedios (Angel y Andrés , los del Segundo Requeté) o un sobrino del señor Balboa , que se encargaba del abastecimiento de agua.

En aquellos años, Sabina López trabajaba incansablemente tratando de sacar a sus hijos adelante. Tricotaba jerseys y lo hacía con una velocidad inaudita. Las prendas las llevaba luego a Casa Mendieta, que regentaba Antonio Mendieta , casado con Mercedes , y que se encargaban de vender los trabajos de Sabina a cambio de una comisión. Sabina también hacía toquillas y patucos para los recién nacidos y preparaba los ojales para las camisas de popelín, término que proviene de la palabra papeline , una tela fabricada en Avignón, en la Francia del siglo XV, delgada, pesada, durable y fácil de planchar.

Mendieta siempre enviaba a Sabina muchas camisas de popelín porque Antonio Mendieta mantenía muy buena amistad con el hermano de Sabina, Manolo López, que estaba casado con Pepa Perera , que era una mujer muy sencilla y muy buena, que ayudó mucho a Sabina y a sus hijos. Manolo llevó durante años la contabilidad de Mendieta, de manera que no tardó Antonio Mendienta en colaborar en lo que pudo con Sabina, que se las apañaba con la costura y con las camisas de popelín, un trabajo en el que también participaban Pepa Macedo y su marido, Manuel Alvarez Almenara , funcionario del INP, que echaban una mano a Mendieta porque en aquella época había mucho género que facturar.

El trabajo en Mendieta

Eran años duros en los que a pesar del dolor, Sabina nunca hablaba de su malogrado esposo y aprendió a tejer un tupido velo en torno a su recuerdo. A escondidas sollozaba y honraba su memoria, acariciaba las fotografías que guardaba en un cajón de la cómoda de su cuarto... Cuando llegaba el Día de Difuntos acompañaba a sus hermanos al cementerio, pero nunca pasaba por la fosa común donde reposaba desde aquella Navidad el cuerpo sin vida de Barradín.

El pequeño Alberto también lloraba a escondidas cuando veía que todos los niños del barrio tenían un padre, todos menos él. Se preguntaba por qué no había vuelto de la cárcel. Se lo preguntaba a sí mismo porque en voz alta no se atrevía. Y solo le restaba agarrarse a los años que vivieron felices en Navas del Madroño. No olvidaba Alberto la escena que protagonizó entonces, el día que llevaron a la casa una cesta llena de dulces, en agradecimiento por lo buen maestro que era Angel Barrado, porque Barrado reunía a todos los niños pobres del pueblo, les enseñaba y los ponía a comer alrededor de su mesa, y siempre advertía a Sabina de que no aceptara regalos y menos de aquéllos que tanto necesitaban el sustento.

El día que llegó aquella cesta, el pequeño Alberto la cogió, bajó al portal, los niños se pusieron en fila y repartió los pasteles hasta rematar la mercancía. Enseguida Sabina, al darse cuenta de lo sucedido, reprendió a su hijo, que se escondió debajo de una mesa en espera de la regañina de su padre. Pero Angel, al enterarse de lo ocurrido, abrazó a su pequeño y le dijo: "Ven a mis brazos, después de esto sé que vas a ser un gran ciudadano".

Sin pensión de viudedad

Sabina no cobraba pensión de viudedad porque el Régimen le dijo que su marido no había cotizado los años suficientes como para recibirla. Ella se había resignado a aquella explicación, se había resignado a toda la sinrazón de cuanto había ocurrido aquel convulso 1937: el terror que a solas vivió el 23 de julio durante el bombardeo a Cáceres por aviones del ejército republicano ya con su marido preso; y después, su injusto fusilamiento...

Antonio Varona , el que luego fuera notario, había sido casualmente testigo de lo que ocurrió minutos antes de que mataran a Angel Barrado ya que ese año se encontraba en el acuartelamiento cacereño haciendo la mili. Aquella tarde del 25 de diciembre, en el patio del cuartel del Regimiento de Infantería Argel número 27 aguardaban los 34 cacereños que iban a ser fusilados, entre ellos Barrado, con quien Varona pudo departir unos minutos. Le rogó que del bolsillo interior de su americana extrajera su cartera y que con todo su contenido se lo hiciera llegar a su esposa después de su fusilamiento. El notario entregó la cartera al hermano de Sabina y ella la guardó para siempre.

Dicen que camino al Patio de Pistolas llegó el cura. Se acercó a Barrado y le preguntó: "¿Hijo, quieres arrepentirte de tus pecados?". Barrado miró al cura de arriba a abajo: "¿Qué dice usted?", preguntó con asombro al sacerdote. A lo que éste insistió: "Digo, hijo, que si no te arrepientes de tus pecados, que si no quieres confesarte". Y Barrado habló por última vez: "Yo soy la víctima, confiese usted a los que hoy me van a matar". Después sonaron los disparos. Tras ellos, el silencio...

Continuará el día 29 de diciembre