La labor de las Hermanas de la Caridad es posible gracias a los seis voluntarios que colaboran con ellas codo con codo. Les ayudan a conseguir los alimentos, a elaborar el menú y a servirlo. Ellos hacen de 'camareros' porque esa es la única manera de que todos los sintecho tengan la misma parte de comida. Primero se reparte una vez y si sobra, y alguien quiere, puede repetir --normalmente hacen comida para que cada uno coma dos veces--.

Luis Fernández está jubilado y lleva dos años colaborando en este comedor social. Con el mandil puesto se encarga de colocar el pan y los dulces en las bandejas. Bromea con los usuarios. Se le ve feliz. "Hay que intentar transmitirles alegría, bastante tristeza tienen ellos ya", dice a este diario mientras saca unos vasos de plástico de los cajones. Antes era funcionario, pero desde que dejó de trabajar decidió hacerse voluntario: "Lo hago en primer lugar porque soy cristiano y después porque ayudar a los pobres es muy importante además de necesario. Ellos son los que nos necesitan", explica. Y asegura que aquí se siente mucho más satisfecho que con su antiguo trabajo: "Venir aquí es maravilloso. Para nada es un sacrificio, recibes mucho más de lo que tú das". Está convencido de ello.

Sin embargo, no todo es color de rosas. El voluntariado también tiene su parte dura. "Le das vueltas en casa y piensas cómo puedes ayudarles. Muchas veces --indica-- quieres solucionarles los problemas pero no puedes. Aún así procuro hacerme amigo de ellos, es la mejor manera de ayudar".