Apedreado, con una cicatriz en la cara, desconfía de los hombres que debieron condenarlo a casi una muerte segura. En la Ronda Norte lo atropellaron, entonces los del Refugio San Jorge lo llevaron a una mesa de operaciones pero fue imposible salvar una de sus patas. En estas llegó Juan Miguel González Polo, llegó un 19 de diciembre, llegó casi como un milagro. En El Refugio estaban hasta arriba, perros que nadie quiere, perros abandonados en Navidad... El malherido mastín había conseguido que una familia italiana lo adoptara, pero --problemas burocráticos-- debía esperar al mes de enero. ¿Entretanto quién cuidaría del mastín? Juan Miguel se lo llevó a casa, donde ya había otros cuatro perros. No importaba, porque el mastín solo ocupaba un trocito de un peldaño de la escalera.

Acurrucado, no podía con el cuerpo el esquivo mastín, aquel saquito de huesos tan huidizo, al que había que dar de comer, al que había que bañar... Pasaban los días y el mastín empezaba a sonreir y salía de su rincón. A duras penas recorría el jardín, hasta que una mañana comenzó a mover el rabo mientras demandaba caricias. Hoy Luxor no es solo un mastín, es un animal más feliz que una perdiz. ¿Y qué pasará con su viaje a Italia? Pues que Luxor no se va de Erasmus, que Luxor se queda en casa con Juan Miguel. "Que me echen si tienen huevos", ladra ya envalentonado.