Hay pocos rincones en la ciudad monumental que encierren más misterio y leyendas que el callejón de Don Álvaro. En la actualidad se usa como atajo para llegar a la judería sin dar rodeos por la cuesta del Marqués o las Veletas pero lo cierto es que esa travesía, una de las más estrechas y recónditas del recinto intramuros sino la más, esconde historia en sus paredes. Y posiblemente con nombre y apellidos porque en sus muros encajona, ahora ya visibles, huesos humanos de habitantes de la villa.

Este hecho tiene su posible explicación histórica. Según relatan los cronistas de la ciudad, en la antigüedad los cementerios no se localizaban en la periferia de las villas sino al lado de las iglesias y de las parroquias. Así, la iglesia de San Mateo contaba con su propio camposanto ubicado en las inmediaciones del emblemático callejón. La teoría que barajan los historiadores es que esa tierra del cementerio se usó para las construcciones posteriores y tenía restos humanos. En un principio, estos vestigios se mantuvieron ocultos pero el paso del tiempo y el desgaste de la cal de las paredes los ha dejado a la vista.

Como datos, el callejón tomó su nombre por Don Álvaro Cavestany. Paradójicamente, su mujer Dolores de Carvajal también da nombre a otra travesía sombría y sin salida en la calle Ancha, a unos metros también de San Mateo, conocido como el callejón de Doña Lola. Se encuentra flanqueado a un lado por la iglesia de la Preciosa Sangre y al otro por el Palacio de las Cigüeñas, propiedad de la subdelegación de Defensa y vertiente que acumula el osario.

Con los años, esta particularidad ha dado pie a leyendas de todo tipo. Las más populares defendían que las almas de los muertos se habían quedado atrapadas en los muros y por esa razón siempre hacía viento. Y frío. Ahora, con la intervención del Consorcio Ciudad Histórica, la calleja será menos sombría y más amplia y quizá alguno se atreve por fin a hacerle una visita. GEMA GUERRA