Entra el niño cacereño en el parque de Cánovas, se va directamente a los columpios y la madre, la abuela, la tía y la vecina se hacen cruces, se maravillan, se derriten y lo ensalzan: "Si es que es listísimo, ¿a quién habrá salido?, ¡qué muchacho más inteligente!, lo chico que es y lo rápido que aprende, este niño tiene que ser superdotado...".

Y así, entre exclamaciones, interrogaciones, entronizaciones y sentencias pedagógicas infalibles, los niños de la ciudad feliz van creciendo sintiéndose superbebés. Si el niño grita, se dictamina que de mayor será tenor. Si la niña le da al botón del lavaplatos, se augura que de mayor será ingeniera. Si baila, será Nijinski, si tararea, Beethoven, si patalea, Maradona, y si hace mohínes, Marlon Brando.

Ir ´sobrao´ por la vida

En la ciudad feliz , la infancia es una inyección de autoestima que te prepara para encarar la vida sobrao y hasta en el niño más torpe, la parentela será capaz de encontrar detalles que pronostican el estrellato. De todas las frases que se escuchan a las abuelas y a las tías (las madres son un poco más comedidas), la más cacereña es esa de: "¡Madre, lo que sabe!".

Cierra el bebé el puñito como despedida y ¡madre, lo que sabe! , hace pucheritos porque la abuela le esconde el huevo Kinder y ¡madre lo que sabe! , le da un beso a la tía que acaba de prometerle un Lunni de gominola y... ¡Madre, lo que saben los niños de la ciudad feliz !

Nacer en Cáceres es un certificado seguro de confianza en ti mismo. Tú naces en Galicia y mucho nené por aquí, mucho nené por allá. Vienes al mundo en Cataluña y que si nin, que si nina. En Euskadi creces escuchando nini, sein o neska y en Valladolid o Albacete te dirán niño, a secas. Pero naces en Cáceres y te bombardean a posesivos afectivos.

En ningún lugar como en la ciudad feliz se sabe usar el posesivo como muestra de cariño. En Cáceres, cuando uno se dirige a un niñito o niñita, las frases se acaban siempre con alguna de estas expresiones, a escoger: alma mía, rey o reina mía, vida mía, hija mía o hijo mío y, sobre todo, mi niño o mi niña. Además, por si con estas expresiones no bastara, se puede rematar la frase con exclamaciones delirantes del tipo: "¡Ay qué cosa más bonita, ayyyyyyy!".

Y lo mejor es que esas expresiones no se acaban con la niñez, sino que duran toda la vida. ¿Cómo no sentirse bien en una ciudad donde el abuelo te da una cucharada de potito, vida mía ; el agente inmobiliario te muestra un piso estupendo donde vas a vivir de maravilla, reina mía ; y la enfermera del geriátrico te suelta un mi niña con cada pastilla? En la ciudad feliz , es fácil vivir sin complejos ni traumas. Aquí, fríes un huevo, haces una o, soplas una flauta y todo el mundo te anima: "¡Madre, lo que sabe!".