TLtos más castizos madrileños y los eventuales "cazurrillos" que solíamos ir de provincias a la capital, para hacer trámites o para disfrutar de su ambiente cosmopolita y desenfadado, solíamos considerar a la capital de España como una ciudad incomparable: abierta, luminosa, limpia en sus grandes calles, bulevares y avenidas, que no se podían admirar sino allí, en Madrid; donde ocurría todo lo que merecía la pena conocer de nuestra desmañada patria. España entera se resumía entonces en dos ámbitos bien diferenciados: "Madrid y provincias"; y esto sobrepasaba los simples límites geográficos o administrativos para invadir campos literarios, teatrales, filosóficos, científicos o sanitarios.

Había como una barrera virtual que delimitaba lo que era importante; que siempre tenía lugar en Madrid, porque se publicaba en los periódicos de Madrid, se anunciaba en los luminosos de la Puerta del Sol, se estrenaba en los cines de la Gran Vía o se exponía en el Museo del Prado. Todo lo demás, que tenía lugar en el resto del país, apenas merecía ser divulgado en los medios de comunicación capitalinos; que eran los 'nacionales' por antonomasia.

Desde antiguo, grandes oleadas de inmigrantes provincianos desembocaban en Madrid para colocarse, para situarse junto al poder y al dinero. Ya que estaba muy extendida la creencia de que para llegar al cielo había que hacerlo desde Madrid.

XLAS PEQUEÑASx capitales del entorno castellano y manchego se fueron despoblando, mientras la urbe se atiborraba de gentes foráneas, formando urbanizaciones de "paisanos" que sobrepasaban a sus localidades de origen en número de habitantes. Esta labor de absorción; de enorme garrapata, parasitando a todo el país, ha hecho de Madrid una ciudad desproporcionada, insaciable, extendida como un pulpo geográfico sobre cientos que pequeños pueblos y localidades que ya han perdido su naturaleza histórica para engrosar la enorme bola de clientelas, negocios, inversiones y malversaciones en que se ha convertido la capital. Hoy ya plenamente identificada con varias "tramas" de corrupción política, de desfalcos financieros y de evasión de tesoros hacia otras capitales, que son además "paraísos fiscales". "Sueña el rico en su riqueza-" clamaba Segismundo en el colmo de su tristeza.

Siempre se ha considerado que la simpática ciudad del "Oso y el Madroño" -el emblema que representaba lo más castizo y folclórico de todo lo madrileño- era también el "rompeolas" de España", porque en ella se estrellaban y se disolvían todos los conflictos, huelgas, asonadas y motines que amenazaban la convivencia y bienestar de los hispanos. En sus plazas clamaban los descontentos; ante sus palacios se amotinaban los rebeldes; en sus calles y avenidas se manifestaban los revolucionarios, y los conflictos, ya desinflados, no pasaban al resto de la nación.

En los tiempos actuales, Madrid sigue siendo Madrid. No han cambiado los papeles, solo los porcentajes. Incluso han aumentado algunas tareas que, aunque ya funcionaban, eran desconocidas para el vulgo; pues apenas había periódicos; y los que había se dedicaban a informar de los "Ecos de Sociedad" o a publicar poesías románticas. Hoy hay muchos que, desde ella, siguen yendo directos al cielo. Al "paraíso fiscal" no por su moralidad y honradez; sino por todo lo contrario.