Hay números gafes, como el 13. Los hay libidinosos, como el 69. También los hay agradables, como el 15, la niña bonita. No faltan los deseables, como el 6 de una quiniela primitiva y otros tan famosos, como el 7, los siete niños de Ecija. Otros pueden ser santos o perversos, según a quien se apliquen. El 3, a la Trinidad o a las hijas de Elena. Pero que también las letras tengan adjetivos no estaba claro más allá de la M , si te mandan a ella, o de la P , si se refiere a tu mamá. Bueno, pues resulta que hay letras malditas.

Supongamos que tienes la legítima ambición de ser senador, que es una sinecura muy rentable y poco onerosa, ya que ingresas un pastón por acudir a Madrid un par de veces al mes y saber qué botón debes apretar. Lo primero que debes conocer es tu primer apellido. Porque las leyes dicen que todos los candidatos de todos los partidos se incluyen en una sola lista que se ordena con criterio alfabético. Y como los votantes parece que no son muy dados a leer acaban votando a quienes están colocados en los primeros lugares. De manera que si para tu desgracia tu apellido comienza por S , un suponer, Sarria, debes saber que estás obligado a intrigar para que todos los candidatos de tu partido tengan por primera letra de su apellido una T o una Z y debes hacer todo lo posible para que delante de ti no esté alguien cuyo apellido comience por B , un suponer, Bermúdez, o por G , acaso un Gracia.

Claro que eso no es tan fácil, pues a lo mejor resulta que los Bermúdez y Gracia de turno tienen más poder que tú y entonces no te queda más remedio que optar al Congreso de los Diputados. Y no es lo mismo, pues exige más tiempo y dedicación y a lo mejor te obliga a dejar otras prebendas.