En un estudio realizado en la década de los 80 por profesores del campus de Ourense de la Universidad de Vigo, se recogía el dato de que un porcentaje sustancial de niños orensanos creía que los portugueses eran de raza negra.

En esas mismas fechas, la Caixa Geral de Depósitos portuguesa compraba el cacereño Banco de Extremadura, pero los directivos de ambas entidades no se entendían en español ni en portugués y se enviaban las comunicaciones en inglés.

Fue también en la primera mitad de los 80 cuando el ministro de Asuntos Exteriores de España, Fernando Morán, firmaba un convenio de especial cooperación con Portugal, una de cuyas medidas consistía en la creación de tres cátedras de portugués en tres ciudades universitarias españolas.

Una de ellas era Madrid, pero en la capital hubo ciertas reticencias docentes y el departamento de Portugués acabó viniéndose a Cáceres, adonde llegó, como tantas otras cosas, no porque se luchara por conseguirlo, sino de rebote.

Sentirse superiores

No es que en la ciudad feliz se llegue al extremo de los niños de Ourense, pero al igual que en el sur de Galicia existe un menosprecio de lo portugués, cuya plasmación anecdótica es esa asimilación infantil de los portugueses con los negros. En Cáceres también hay un importante sector de la población que pasa de lo luso, que lo aparta por inferior, que, en fin, necesita Portugal para satisfacer la autoestima propia y sentirse superior a algo, a alguien.

Frente a ese cacereñismo castizo, charro y antiguo que ve Portugal sólo como un bazar con restaurantes donde venden toallas baratas y bacalao dorado, está un Cáceres emergente que ha descubierto, más allá del lirismo de la Raya, la baza de futuro que supone el ser frontera con Portugal. En los años 80, Extremadura era aún periferia fronteriza. Hoy, esa situación geográfica la ha situado en el centro de un importante eje hispanoluso.

En la ciudad feliz se pueden encontrar dos grupos sociales muy delimitados: el Cáceres anclado en el ayer que sigue de espaldas a lo portugués y cuando visita Portalegre o Lisboa da voces a los camareros y se dedica a buscar faltas, carencias y atrasos y el Cáceres del mañana que estudia portugués, pertenece a asociaciones de amistad con el Alentejo y se entusiasma con la instalación del Instituto Camoens en el palacio de la Generala.

La Escuela de Idiomas de Cáceres llena cada año sus plazas de portugués. En la región hay 8.000 estudiantes de esta lengua. En la Universidad de Extremadura hay 900 alumnos matriculados en este idioma (en 2003 había más que en todas las universidades españolas juntas). La ciudad feliz es una de las seis capitales españolas donde hay cátedra de portugués.

Sólo Salamanca, Vigo y Cáceres ofrecen la licenciatura de ciclo largo de Filología Portuguesa y sólo Vigo, Barcelona y Cáceres cuentan, además de otras 22 ciudades del mundo, con una sede del Instituto Camoens, cuya inauguración hace una semana constituye la noticia cultural más importante de los últimos tiempos en Extremadura, junto con la llegada de la colección Helga de Alvear.

Hoy, los directivos del Banco Simeón, antes Banco de Extremadura, ya se manejan sin problemas en portugués, las entidades empresariales imparten cursos de este idioma a empleados y dirigentes y, de momento, los licenciados en lengua portuguesa no conocen el paro.

Como declaraba a EL PERIODICO EXTREMADURA Juan María Carrasco González, director del departamento de Filología Románica de la Uex, Extremadura es la zona del mundo donde más crece el aprendizaje de la lengua portuguesa. Pero para un sector no pequeño de la ciudad feliz , lo mejor de Portugal es que su existencia les permite sentirse superiores. Son como niños... Como niños de Ourense.