Adentrarse en la Ribera es siempre motivo de sorpresa; lo está siendo incluso en el sector de los guías turísticos que ya incluyen la ruta del Marco en su periplo cacereño. «Da mucho de sí. Es el origen de la ciudad», explica Tomás Vivas, de la Asociación Pasearte, ubicada en el número 11 de la plaza Mayor. Tomás estudió Turismo, tiene 27 años y se ha especializado en este recorrido que hoy realiza junto a El Periódico Extremadura.

Con Tomás nos citamos a las puertas de la oficina donde trabaja. La ciudad monumental espera en la mañana soleada de febrero, cuando las terrazas sirven sus primeros cafés y los repartidores hacen de la carga y descarga una bendición para la vista en estos tiempos de pandemia en los que poco a poco se vuelve al trabajo.

Hablar de la Ribera es hacerlo del nacimiento de Cáceres, de las cañadas reales del medievo, del paso romano de la Vía de la Plata que discurre paralelo al Marco. Da idea de la importancia del agua en el asentamiento de los primeros pobladores cacereños, aunque la ignorancia defienda que tenemos un riachuelo, cuando en realidad por Cáceres fluye un río oculto entre la maleza y el abandono. ¿A quién se le hubiera ocurrido instalarse en un secarral? Llegaron aquí en busca de las bondades de un cauce que era una hermosura.

Desde la parte antigua nuestros pies nos llevan hasta la Cuesta del Marqués y la calle Tenerías, donde se agrupaban los trabajadores del cuero, que necesitaban el agua y por ello habitaron esa zona que miraba al este de la villa. De allí bajamos a Fuente Concejo, famosa por la calidad de sus aguas, con capacidad para 10.000 cántaros diarios y de titularidad municipal.

Más allá se conserva la cisterna de san Roque, situada a los pies de la Torre del Pozo, que se llenaba con las filtraciones de la Ribera y que estaba protegida por esa torre coraza que la convierte en una de las señas de identidad de la capital.

Más arriba, el puente de San Francisco se erige como símbolo del barrio. Nació para conectar el convento de los franciscanos con el recinto intramuros. Se levantó en el siglo XVI con la intención de salvaguardar el badén y no cortar el paso a pie en tiempos de lluvia, aunque antes de su construcción las comunicaciones llegaron a realizarse con canoas.

A su lado, el Museo de Pedrilla, que fue consulado portugués y su diseño se inspiró en las quintas alentejanas. A sus espaldas está Fuente Fría, que recibe el agua de La Trocha, camino que baja de la Montaña y que conforma el único caudal público que sigue estando en uso.

En línea recta llegamos a ese convento de San Francisco, que contó con las dificultades propias de la época para que las órdenes religiosas masculinas se instalaran en Cáceres. Los monjes lo consiguieron, eso sí, al otro lado de los palacios de la nobleza pero junto a una ribera que aseguraba el sostenimiento y cuidado de sus huertas primorosas.

El Brocense

El BrocenseTomás da algunas pinceladas de este edificio elefantiásico que como muchos otros se vio afectado por la Desamortización de Mendizábal y que fue hospicio, hospital, cuartel militar y hoy alberga la Institución Cultural El Brocense de la diputación. «El Brocense tiene nombres y apellidos», acota Tomás, para recordar a Francisco Sánchez de las Brozas, nacido en el municipio cacereño del mismo nombre y que ha sido indudablemente uno de los más importantes exponentes de la cultura extremeña.

Apodado El Brocense, Sánchez vivió en Lisboa, donde estuvo al servicio de los reyes Catalina y Juan III y permaneció en la corte del reino portugués hasta la muerte de la princesa en 1545. En 1584 tuvo su primer encontronazo con la Inquisición tras ser denunciado por un clérigo y un estudiante, aunque fue luego exculpado. Su tremenda capacidad crítica (para él la mayor autoridad era la razón) y su inconformismo con la autoridad provocó que los censores restringieran la circulación y divulgación de sus obras.

Tampoco escapa Tomás a lo que la vista no puede dejar de mirar: el hospital, también a la orilla de la Ribera, inaugurado el 14 de junio de 1956 con la denominación Residencia Sanitaria San Pedro de Alcántara. Mucho dolor covid entre sus muros, pero también mucha investigación y entrega de los profesionales de la sanidad en estos tiempos de incertidumbre.

Un paso adelante y aparece la Cañada Real, donde se conservan algunos pilares o mojones medievales que en su día sirvieron para indicar la Vía de la Plata. Nos adentramos ya en una de las zonas de mayor potencial de la Ribera, el lugar donde emana su originario manantial: la Fuente del Rey. Alrededor se amontonaba una cantidad inmensa de molinos y almazaras que denotan también la importancia que la trashumancia tuvo en Cáceres. Allí está el Callejón de la Bula, empedrado y principal acceso al Marco, ahora custodiado por las obras de la ronda este.

Cautiva la Huerta del Conde, otrora lugar de aristocráticas tertulias y tiro de pichón, situada muy cerca de la puerta con aspiraciones majestuosas que hay al lado del Palacio de Justicia, pero que no fue más que el acceso a una huerta aunque la tradición oral la sitúe como entrada a un antiguo cementerio.

No es así. El primer cementerio sí estuvo en el Espíritu Santo, pero algo más alejado. Se construyó allí después de que Carlos III prohibiera los enterramientos en el interior de la ciudad para evitar epidemias.

Llegamos al Espacio de la Creación Joven cuyo acceso se sitúa bajo un puente medieval desparecido. Los cacereños tendemos a maltratar nuestros puentes porque siempre hemos pensado que nuestro río no tiene la envergadura suficiente para respetarlos. El agua sigue su curso y la ruta toca a su fin. Su relato está más de moda que nunca porque la visitas guiadas ganan adeptos. Que se lo pregunten a Tomás, que hasta dirigió una de ellas en italiano.