Contrajo el tifus en Sudamérica y tuvo dos recaídas graves, tanto que sus compañeras creían finalizada para siempre su tarea misionera. Vio morir a los enfermos en sus casas de Bolivia por falta de un centro sanitario a dónde acudir. Viajó a pie, en burro y en todoterreno para llevar su mensaje y su ayuda a más de 30 comunidades campesinas próximas a La Paz. Fundó la casa de su orden en Colombia. Se dedicó a la docencia de los niños en Brasil... En definitiva, una vida sin descanso entregada a los necesitados.

Y lo más curioso es que Margarita Alonso, religiosa de la congregación de las Misioneras del Santísimo Sacramento, ahora destinada a la casa de la orden en Cáceres, se muestra humilde cuando repasa su vida a los 82 años de edad. "Yo no os quiero aburrir, si hablo mucho me lo decís...", comenta tímida ante los periodistas que le entrevistan con motivo de la campaña del Domingo Misionero (Domund), celebrada ayer. Y a Margarita se le encienden los ojos cuando recuerda aquellos libros de su abuela sobre Santa Teresa, la llamada de la vocación ("aunque yo era una joven muy corriente y muy divertida", afirma), su periplo por numerosos países y los regresos esporádicos a España que aprovechaba para recorrer el país pidiendo dinero que llevar a Sudamérica. "La tuberculosis era terrible en aquellas tierras y la gente no tenía plata , moría en casa. Logramos que no volviera a ocurrir, que tuvieran una atención dentro de lo posible".

Y precisamente cuando estaba a miles de kilómetro de España, Margarita encontró el auténtico sentido del Domund. "Evidentemente la ayuda económica que se recauda es muy importante en aquellos países, pero a nosotras ese día nos hacía sentir especialmente parte de la Iglesia universal, que se preocupa por los últimos rincones del planeta, donde siempre existe un misionero en el anonimato. El Domund te recuerda que no estás sola", subrayó la religiosa. "Hay tanta necesidad, tanta pobreza y tanto por hacer...", concluyó emocionada.