TDtesde hace días me persiguen las voces atipladas de Manolo y Ramón cantando aquello de que el final del verano llegó. A pesar de que mis hijos se resistan a comprender eso de que todo lo que empieza tiene que acabar, hemos dicho adiós al mar azul, la biodramina, los kilómetros y el dormir a pierna suelta. Septiembre está aquí con su sol de membrillo, su olor a tierra mojada y a forro de libros, sus prisas y sus síndromes... El otoño regresa cual Día de la Marmota y parece que todo sigue igual.

Pero sucede que, mientras paseo por la plaza Mayor y en mi cabeza resuena los acordes del Dúo Dinámico, se me cuela la voz de Pablo Neruda y me dice que no, que nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Intento no escucharle y me entretengo con la belleza inamovible de nuestra Parte Antigua pero veo que las otrora alegres relaciones públicas que te invitaban insistentemente a que te sentaras en la terraza de turno, ahora lo hacen de tapadillo y en su bisbiseo casi parece que lo que quieren es pasarte alguna sustancia ilegal en vez del menú del día. Primer mosqueo.

Bromas aparte, lo cierto es que en esta rentrée otoñal miro a mi alrededor y la vida no sigue igual. Sufro las ausencias pero también me alegro de que absurdos tópicos de la estación comiencen a caer. Veo, por ejemplo, que "depresión postvacacional" es ya un término vintage casi en desuso. Quien tiene el privilegio de poder regresar a su puesto de trabajo tras el descanso estival no se permite esa frívola dolencia de la época de vacas gordas, y son pocos los medios de comunicación que se atreven a faltar al respeto a quien no puede trabajar ni vacacionar con reportajes sobre el asunto.

Tampoco aceptamos ya resignadamente ese impuesto revolucionario por la educación de nuestros hijos que supone adquirir los libros del cole. De momento, nos seguimos rascando el bolsillo y los compramos pero empezamos a alzar la voz y a buscar alternativas como la de Elena Alfaro, una madre que ya ha recogido casi 300.000 firmas para pedir al Congreso y a las Comunidades Autónomas que se marque por ley un precio justo para los libros de texto.

Pueden ser meras anécdotas de otro septiembre más pero, aunque Pitoño siga en el mismo semáforo y Franquete cuente los mismos chistes, algo me dice que los tiempos cambian y ya nunca seremos los mismos.