TUtna vez atravesada la frontera del Viernes de Dolores mis hijos mantienen en los paseos diarios la expectación por ver aparecer detrás de cada esquina una formación de "bomberos musicales". No se asusten, no se trata de una nueva competencia del servicio de extinción de incendios, simplemente con esa denominación bautizó el pequeño a las bandas de Semana Santa la primera vez que se fijó en ellas. Los bomberos son su cuerpo uniformado preferido y no sé por qué no debió de encontrar mucha diferencia entre su atuendo y el de la cacereña banda de cornetas y tambores del Nazareno .

Los niños usan las rutinas y costumbres de su pequeño mundo para intentar comprender el universo que les rodea y lo hacen con mucho sentido común, ese que para los adultos es el menos común de los sentidos. Ellos no ven pasar todos los días por delante de su casa a una banda de música acompañando a un Jesucristo montado en una burrina, sin embargo, sí que juegan a diario con 20 playmobils provistos de cascos, mangueras y sus correspondientes vehículos.

Supongo que por eso estos días atrás, en mitad de la retransmisión de todo el asunto vaticano, el mayor, imbuido en el espíritu olímpico y la FIFA 2013, me preguntó que dónde eran las competiciones para ser Papa . Me reí. Luego se interesó por si el Papa iba a llegar a España esa madrugada y le dije que no, que ya vendría más adelante cuando tuviera tiempo. Me miró alucinado y me replicó "¡el Papa no, Papá!". Me reí más todavía porque era cierto que su padre llegaba de viaje esa madrugada y a mí me había traicionado esa obsesión periodística por la noticia reciente. Entonces apareció Tomasito y dejó claro que si su Papá llegaba tan de noche tendría que entrar por la chimenea. Ahí ya me escacharré de la risa. El Papa, Papá y Papá Noel en una misma conversación: realidad, sentido común e ilusión infantil. Esa noche pensé que Francisco , el nuevo Papa, parece estar más cercano a la realidad y al sentido común de lo que cabía esperar pero que también guarda en sus ojos ese brillo de ilusión por creer que es posible un mundo mejor y me recordó a otro Francisco al que muchos cacereños llamábamos Pacífico.