TUtnos señores del Congreso de los Diputados alentados por Arhoe, esa asociación cuyo nombre suena a Ivanhoe y que está embarcada en la épica tarea de cambiar los horarios españoles, nos han propuesto en los últimos días que retrasemos los relojes una hora y volvamos al meridiano de Greenwich. Pondríamos así fin, después de casi 40 años de democracia, a una de las múltiples imposiciones de Franco que en 1942 decidió él solito que España tenía que tener el huso horario de Berlín. Dicen que con el cambio ganaríamos en calidad de vida al acompasar nuestro ritmo diario a la hora solar y sería más fácil conciliar familia y trabajo. Visto así, a mí, que siempre he sido un tanto brit y un poco mod, me haría más ilusión guiarme por el Big Ben que por el reloj de pulsera de la Merkel.

Sin embargo, soy consciente de que solo con retrasar los relojes no basta y que este retorno a Greenwich nos puede acabar recordando al televisivo Retorno a Brideshead, aquella ochentera serie de cuidada escenografía al más puro estilo british protagonizada por Jeremy Irons. En aquella época veíamos un capítulo, nos obnubilábamos y nos echábamos a pasear por Cánovas con nuestro blazer azul marino pensándonos que estábamos en Oxford. Hasta que nos dábamos de bruces con el quiosco de la Pepita y volvíamos a la realidad Catovi.

De esa serie sólo nos quedó eso: el blazer y el gusto por las verdes praderas pero ni entendimos qué buscaban con tanto empeño por regresar a Brideshead ni encontramos motivación alguna para aprender como es debido la lengua de Shakespeare.

Ese es mi miedo: que nos quedemos sólo en lo superfluo, que lo de Greenwich se quede en un mero cambio de hora pero no de costumbres. Algo así como cuando viajamos a Portugal y seguimos comiendo a las tres "porque, total, en Elvas ya nos conocen y no cierran la cocina". Queda mucho camino por recorrer, hay que cambiar mentalidades, conseguir que haya más jornadas intensivas y que los comercios cierren antes. Vale, habrá que hacer excepciones por nuestro tórrido clima veraniego, porque la temperatura en Pintores durante una siesta de agosto no es la misma que en Picadilly, pero se me cae el alma a los pies cuando en pleno y fresco mes de octubre veo la práctica totalidad de las tiendas del centro cerradas de dos a cinco de la tarde ¿Tres largas horas para comer? Algo falla. Hay que cambiar los usos además de cambiar el huso.