Pese a que los mercados en Cáceres existieran desde la Edad Media, según afirma Fernando Jiménez Berrocal, cronista oficial de Cáceres y responsable del Archivo Histórico Municipal, en la plaza Mayor empezó a realizarse un mercado, en el que los hortelanos de la Ribera del Marco vendían sus productos. Después, creció y también se vendían animales y textiles. Fue en el año 1917 cuando se valló el Foro de los Balbos para destinarlo a la compra-venta de alimentación y en 1929 nació el mercado de abastos.

Sin embargo, este 2019 se cumplen 42 años desde la primera vez que en Camino Llano, cada miércoles por la mañana resonaba: «¡Qué me lo quitan de las manos!». Aunque en estas cuatro décadas la sintonía haya cambiado y ahora se escuche más ese «a euro», tan característico del mercadillo. Un mercado con una larga historia que se remonta a diciembre de 1977 su fecha de inicio. A primeros del 78, una hilera de puestos ya se concentraban en el Camino Llano, un espacio céntrico, al que acudían una gran afluencia de vecinos de todos lo barrios. Allí se podía comprar desde embutidos o fruta hasta telas y ropa. Sin embargo, los puestos se fueron aglutinando por las calles de alrededor, ocupando Clavellinas, plaza Marrón y Colón. Debido a ese crecimiento, once años más tarde, los comerciantes pusieron rumbo al parque de El Rodeo, un espacio diáfano y con más amplitud. Concretamente, fue en 1988 cuando los 300 puestos se trasladaron a este enclave. Pasados de nuevo once años se reubicaron en Ronda de la Pizarra, junto a la barriada Las 300 y el Nuevo Cáceres, en 1999. La ubicación donde más tiempo estuvo. Una oleada de controversias se iniciaron en 2010 por el nuevo destino del mercado y solo dos años después se trasladaron a Vegas del Mocho, hasta el momento.

A juicio de Jiménez Berrocal el enclave perfecto paraeste mercado es, sin duda, el centro. «Muchas ciudades europeas mantienen sus mercadillos en las plazas. Generan movimiento de personas tanto por las calles como por los comercios adyacentes, incluso hosteleros», apostilla. H CELIA GÁLVEZ NÚÑEZ