Cuando se despertó por segunda vez de la sedación, después de haber estado a punto de morir en dos ocasiones, fue consciente de dónde estaba. Para el conocido traumatólogo cacereño, Alejo Leal, que ha pasado 60 días ingresado en el hospital por coronavirus, 53 de ellos en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) fueron los momentos más duros. «Se murieron todos menos yo», recuerda. Y lo vio todo. No se olvida «del olor a chamusquina» cuando usaban los desfibriladores para reanimar a alguien que había entrado en parada cardiorrespiratoria. Ni de la noche más dura, cuando falleció el médico cacereño y compañero, Sebastián Traba (Alejo Leal le operó de un pie). Dice que no pudo conciliar el sueño, tenía miedo de cerrar los ojos y no volver a despertarse nunca. «Mientras que esté despierto, estoy aquí», le decía a las enfermeras cuando le pedían que se durmiera.

Leal cree que se contagió en la consulta, donde pasaba entre diez y doce horas diarias y atendía a una media de 50 pacientes antes de caer enfermo. Comenzó con los primeros síntomas el 13 de marzo (viernes), justo cuando cerró la clínica. Ese día subió a la Montaña en bicicleta, una de sus aficiones, y cuando regresó a casa se empezó a notar resfriado. Aguantó en su domicilio hasta el jueves siguiente pero su estado empeoró y tomó la decisión de acudir al hospital. «Tenía mucha tos y no descansaba por las noches», recuerda. Le recogió una ambulancia.

Le ingresaron en planta, donde solo estuvo un día. Le faltaba el oxígeno, así que el viernes fue él quien pidió a sus compañeros médicos que le llevaran a la UCI. «Lo peor de un médico es que sabes lo que te está pasando», reconoce. La previsión de los intensivistas era sedarle un par de días para que descansara pero su estado se complicó y estuvo 53 días sin despertar. Lo último que recuerda antes de ingresar en UCI fue la videollamada que realizó con su mujer y sus hijos y a la médico intensivista, Elena Gallego, que le contó un chiste (no se acuerda de cuál). Después, de su mente han desaparecido casi dos meses de su vida.

Sin embargo, y a pesar de estar sedado y dormido, dice que recuerda perfectamente los dos momentos en los que estuvo a punto de fallecer. Una primera vez a causa del coronavirus y la falta de oxígeno, pero se recuperó. Y la otra, tras infectarse de una bacteria en la UCI que afectó a su organismo. «Sentía que quería luchar por la vida, no quería morirme porque tenía a mis hijos y a mi mujer esperándome». Uno de esos días fue el 8 de abril, en su 59 cumpleaños (dice que dejará las celebraciones para los 60). Como no respondía a los tratamientos y ya llevaba mucho tiempo intubado, le realizaron una traqueotomía. «Esa noche fue muy tensa, si no respondía en dos horas podía morir. Y me veo a mí mismo cómo estoy pidiendo por favor que no me quiero morir, era una lucha interna bestial y lo recuerdo muy bien; pero como médico no sé decir si eso es el subconsciente o qué es. Es el túnel famoso y lo he vivido», asiente.

Lo tiene grabado en su mente y tiene claro que no fue un sueño. «Es una vivencia tipo pesadilla, porque estaba muy tenso, pero lo he vivido las dos veces que ha pasado. Suena raro pero podría dibujar ahora mismo la imagen paso por paso», añade. No recuerda al personal médico luchando por su vida, ni siquiera la llamada que realizó con su familia la primera vez que le retiraron la sedación tras salvarse en la primera ocasión, pero sí ese sentimiento de querer seguir vivo.

Su familia, angustiada

Su familia, angustiadaMientras tanto su familia aguardaba en casa literalmente pegada a una ventana. Donde residen, una vivienda en plena naturaleza en el término municipal de Cáceres, hay poca cobertura. El único lugar donde los móviles funcionan es en una ventana, así que hacían turnos para que estuviera siempre disponible. Desde el hospital se comunicaban con ellos una vez al día para informarles de su situación. «Sentíamos angustia de que llamaran y que no entrara la llamada», dice su mujer. Tampoco eran capaces de ver las noticias. A los tres días de que Alejo Leal ingresara en la UCI decidieron evitar los informativos y ver solo películas y documentales. «Le hemos cogido mucho miedo y respeto, lo veíamos muy cercano», añade su esposa, que también se contagió, aunque con síntomas leves.

Para su familia ha sido duro. Sobre todo porque a menudo recibían llamadas de gente cercana para darles el pésame. En más de una ocasión corrió el rumor de que Alejo Leal había muerto. «Nos han llamado cientos de personas para darnos el pésame, era angustioso», recuerda su mujer. Pero ellos resistían: «Sabíamos que era fuerte y que iba a resistir», añade.

Y así fue. Dice que el trato en la UCI tras despertar definitivamente de la sedación ha sido «cien por cien humano y exquisito». Pasó diez días en la unidad desde que despertó hasta que le pasaron a planta y permitieron entrar a su familia para verle, como parte de la terapia para la recuperación. Fue un éxito: «Ahí me dio un subidón». Recuerda con emoción los aplausos del personal cuando salió de la unidad, que se grabó en vídeo. «Sentía felicidad de verme vivo y con ganas de vivir», reconoce.

Con silla de ruedas y oxígeno

Con silla de ruedas y oxígenoEstuvo pocos días en planta. Al ser médico, le permitieron recuperarse en casa, donde lleva exactamente un mes y una semana. Ha perdido 20 kilos, aún necesita oxígeno para respirar y se desplaza en silla de ruedas. Tiene una habitación en la planta baja perfectamente adaptada, con una cama eléctrica. Y un baño también accesible. Es lo que más añoraba. «No sabes lo que es no sentirte independiente. Ducharte en tu casa. He estado 60 días con pañales que te tienen que limpiar, eso es durísimo. Solo quería llegar a casa para ducharme y tener un baño para mí», afirma.

De lunes a domingo hace fisioterapia dos horas y media. Y ha evolucionado mucho. Cuando llegó no podía ni siquiera levantar el teléfono de la mesa, cortarse él solo un filete o darse la vuelta en la cama; y ahora consigue hacer agachadillas y aguantar de pie todos los ejercicios. Aunque aún no camina. Lo más positivo ha sido darse cuenta de la cantidad de personas que le aprecian. «Cuando vine a casa tenía miles de Whatsapp y correos electrónicos y mi mujer me tenía una lista de la gente que me había llamado», cuenta. Ha recibido hasta una carta del antiguo obispo de Coria Cáceres y actual arzobispo de Toledo, Francisco Cerro.

Dice que su vida ahora «es maravillosa» y que valora mucho más lo que tiene y su tiempo. Cree que trabajaba en exceso y que hay que dedicarse más tiempo a uno mismo. Y eso que él sacaba horas de debajo de las piedras para sus aficiones: la fotografía, la bicicleta y viajar. Por eso ahora su único deseo es recuperar su vida y volver a montar en bici, conducir coches antiguos, viajar y hacer fotografías bajo el agua. En definitiva: «Poder hacer cualquier cosa que me haga sentir vivo».