Armengol es un drama auténtico de la memoria: duro, vibrante, terrible, que acusa la inequívoca presencia de un crimen histórico que nos atenaza por la garganta como arte teatral deslumbrador y elocuente. Es la voz --que revive su pasado-- de Pollito Sánchez, uno de los jóvenes atletas pacenses candidato a la medalla de oro, que partió hacia Barcelona a aquella Olimpiada de los Pueblos Libres del Mundo, que no pudo celebrarse en 1936 a causa de la Guerra Civil. Voz que exhuma fragmentos del pasado que van y vienen en flashes y que convergen con la historia más atroz de Armengol, su maestro de gimnasia, responsable de organizar la Olimpiada.

Armengol es un drama riguroso e imaginativo de este personaje de la realidad que se enfrenta a la mentalidad militarista y la sociedad truncada que esta produce: un mundo hipócrita y falso, construido sobre una guerra y puesto al servicio y beneficio de los vencedores. Asimismo, es el pulso del dramaturgo que trata de alcanzar su mejor expresión evocando el ejemplo del hombre con ideas claras y capacidad en su lucha por el deporte como símbolo del esfuerzo y la belleza. Y al que confiere un canto profundo, puro de lirismo épico, donde habla el corazón razonable a favor del hombre que sueña por el progreso de su tierra.

Armengol es un drama de realismo crítico construido sobre una base de hechos reales que está en la línea de Perfume de Mimosas y El Pájaro de Plata , con una estética brillante --repleta de imágenes y sensaciones, de acotaciones llenas de simbolismo y complejidad (donde hay saltos de tiempo y lugar), con calidad en los diálogos y con autenticidad en el retrato de los personajes-- que remite a unas coordenadas impresionistas del teatro, que amalgaman el realismo social de Sastre, el realismo simbólico de Buero y el realismo poético de Gala. Pero que supone un realismo crítico más directo que el de las obras de estos autores, que en su época evidenciaban ideológicamente que se habían quedado dentro de los límites permitidos o que habían consentido modificaciones para alcanzar el escenario.

El montaje, de Esteve Ferrer, resultó efectivo en su conjunto, en su valoración global. Imprime sobriedad en el escenario y consigue el ritmo adecuado. No obstante, en algunas escenas le falta hacer más creíbles, más vivas, más inquietantes las atmósferas. En la actuación narrativa de Pollito Sánchez --que parece deambular como un viajero sin rumbo-- no acaba de encontrar el rasgo distanciador de la obra. La música en directo de una orquesta fue, sin duda, lo más lucido en su juego por varios espacios de la sala y en la recreación de las texturas sonoras. El fuerte rompimiento en la escena del desenlace final adquiere un tono totalmente emocionante.

La interpretación es correcta y aceptable en general. Es justo destacar la notable labor de los extremeños José Vicente Moirón (El Oficial), componiendo perfectamente la imagen --de engolamiento, sarcasmo y violencia-- de un militar torturador, y Simón Ferrero (El Legionario) contundente en sus movimientos, que demuestran un talento y oficio en progresión constante. Actuaciones cálidas y coherentes son también las de Rosa Renom (Marina) y de Pepe Viyuela (Armengol); este espléndido en gestos logra la caracterización física de su personaje --generoso, ingenuo, idealista, confiado, valiente--, aunque no domina los resortes para una buena vocalización e intensidad de la voz, sobre todo en momentos álgidos. En resumen, Armengol es una fascinante producción, digna de medalla de oro para el texto y medalla de bronce para el espectáculo.