Se ha celebrado el mercado medieval. Parte de la ciudad monumental estaba ocupada por tenderetes de toda clase. En proporción había pocos autóctonos. Y es que nuestras empresas son mucho más modernas. Claro que estaba Isa, con sus dulces, que parecían recientes y no procedían del medioevo, aunque quizá sí alguna receta. Competía con otras golosinas procedentes de otras regiones y unos caramelos llegados de Bélgica que dejaban ver en el mostrador los colores del arco iris. Como la cosa de la gastronomía llama mucho la atención, y sobre todo llama al bolsillo a mediodía, encontrabas anchoas del norte, carnes y chorizos asados y, lo más demandado, patatas asadas con una variedad de ingredientes. Claro, que no eran unas patatas corrientes, pues sus dimensiones eran considerables. Por su calidad debían ser de Tornavacas. Morgana te adivinaba el futuro. No sé si lo consultaría Saponi. Muchas velas, piedras no muy preciosas. Y dos tiendas con varios capachos llenos de hierbas medicinales. ¿Adivinan cuál de ellos era el más vacío? El de la impotencia. Después, el del adelgazamiento seguido de los padecimientos de estómago y la próstata. Da que pensar. Por un euro te escribían el nombre en árabe. Ni me acerqué, pues si se enteran Aznar y Bush me meten en el eje del mal. A muchos les hizo ilusión contemplar algunos de los objetos que han sido compañeros inseparables de los juegos infantiles y adolescentes. Yo-yós, carracas, saltadores y tirachinas. No sabíamos que éramos tan mayores. En medio de todo ello, bufones, pajes, mendigos y Raimundo, el concejal, que estaba vestido de Raimundo, pero que da el tipo para haber encarnado a Don Quijote, con su Dulcinea al lado, y no le hubieran faltado Sanchos.