TEtl agua es vida. El origen de la vida está en el agua. Nuestros antecesores salieron del mar hace cientos de millones de años, en busca de nuevos horizontes. Y gracias a las lluvias, nos adaptamos a vivir en tierra. Sentir el agua es sentir nuestras raíces. El agua es un elemento regenerador, un bautismo que nos hace renacer. ¿Quién no ha sentido deseos de emular a Gene Kelly con su Cantando bajo la lluvia?

Tras la lluvia, el sentido de regeneración está presente. A veces, va más allá del sentimiento y se trasforma en realidad, volvemos a una tierra virgen, primigenia. Así sucede con una de las floraciones más espectaculares del mundo: El desierto florecido de Atacama.

Cada quince años las lluvias hacen que de pronto un tapiz de flores multicolores cubra las, hasta entonces, estériles tierras del desierto chileno. Las lluvias marcan un nuevo ciclo en el devenir de los acontecimientos. El agua de lluvia es un aliento que nos trae su mensaje de vida y esperanza. La naturaleza nos empapa y nos regenera. Las hojas adquieren un color más profundo. Los troncos descubren nuevas tonalidades más intensas. Las ramas de las encinas se vuelven de color negro; las de los plátanos de sombra, verdes; y las cortezas blancas de los abedules parecen brillar.

En el olor a tierra mojada hay algo de perdón, una oportunidad nueva de hacer un mundo mejor. Cada vez que llueve, como viajeros de un renovado Arca de Noé, vemos como el agua limpia nuestro mundo, para recobrarlo tras el paso de la cortina de cristal.

La atmósfera se hace más transparente, los olores más intensos, los regatos cantan y se nota el ambiente vivificador en la piel. Unas sensaciones que colman nuestros sentidos. Olemos a bosque, a una tierra ávida de vida que nos espera, como una nueva primavera. Salgamos al campo, a disfrutar de nuestros amigos los árboles que se muestran pletóricos para darnos una clase de arboterapia y curarnos del estrés, la ansiedad y la insatisfacción que tanto genera nuestra sociedad moderna.