Cuántas gracias debemos darle los cacereños a la Divina Providencia por habernos regalado este ayuntamiento. Conozco muchas ciudades en las que sus habitantes están muy descontentos con su ayuntamiento hasta el punto de que las redes sociales se llenan de insultos y menosprecios hacia los ediles, en los bares solo se escuchan críticas y los medios publicitan sus ridículas decisiones. No es nueva la crítica a los munícipes ni la baja consideración en la opinión ciudadana. Hasta hay un chascarrillo que se aplica a quien no hace nada o incluso estorba: «Parece que te ha puesto ahí el ayuntamiento».

Los dioses se han apiadado de los cacereños y por aquí gozamos de una corporación que no es que vele por nuestro bienestar, es que se desvela. Baste un botón de muestra. Delante del portal de mi domicilio había una balsa que se rellenaba de agua apenas caían cuatro gotas. Nos obligaba a bajar de la acera, dar un rodeo y acordarnos de la familia de los ediles. Recuerdo el día de su inauguración: 12 de abril de 1974. Tras más de 40 años formaba parte de nuestro vivir hasta que unos desconsiderados operarios acabaron con ella. No solo mis vecinos sino todos los cacereños que paseamos la calle estábamos expectantes durante la sequía para saber en qué había quedado nuestra añorada balsa. Pues bien, llegadas las lluvias la sorpresa ha sido mayúscula. Sabedor el ayuntamiento de la depresión que se hubiera adueñado de nosotros por la desaparición de la balsa, llevó a efecto un proyecto de obra gracias al cual ya no hay una balsa ¡hay dos!, aunque debido a la alta cualificación de nuestros representantes están perfectamente ordenadas a ambos lados de la puerta, de modo que puedes salir de casa sin mojarte, pero como los autos te impiden bajar de la acera solo darás pasos hacia la derecha o la izquierda mojándote hasta las rodillas. O sea, que seguimos acordándonos de sus familiares.