Decía el filósofo francés Jean Jacques Rousseau, «lo que uno ama en la infancia, se queda en el corazón para siempre». Si ayer hubiera estado en Aldea Moret, hubiera comprobado el alcance real de sus palabras.

Parece mentira, pero es el recuerdo de la infancia lo que ha reunido este fin de semana a más de cien personas en el VI Encuentro en Cáceres y Aldea Moret. Todos ellos tenían varias cosas en común, son «mineros», como se definen a sí mismos, y pertenecen a la Asociación Minas de Aldea Moret, Amam.

Cuando dicen que son «mineros», no se refieren a que hayan estado picando piedras bajo tierra, sino a que han nacido y pasado su infancia «en el pueblo de las Minas» dicen a coro, ese barrio que Cáceres parece haber olvidado. Pero ellos lo conservan bien grabado en su memoria.

Unión Española de Explosivos era la empresa dedicada a la explotación de estas minas de fosforita, uno de los componentes para la obtención de fósforo. Eugenio Muñiz, presidente de Amam hasta este fin de semana, en que se ha renovado la junta directiva, es ingeniero de Minas, como no podía ser de otra manera. Su padre era el facultativo jefe de Aldea Moret. Su infancia transcurrió en este poblado, que por entonces, albergaba a más de cien familias, cargadas de chiquillos, en unas colinas con casas blancas, iglesia de ladrillos y encinas.

A este «minero» le acompaña su hijo, también llamado Eugenio Muñiz y, siguiendo la tradición familiar, ingeniero de Minas. Ambos hacen incapié en que la explotación cacereña era «de las más importantes de Europa, antes de que se descubrieran los yacimientos de fosfato de África» dice el padre. Este mineral, como explica su hijo, era estratégico, porque se usaba como fertilizante. «La gente no se da cuenta de lo importante que fue esto, no sólo para el desarrollo de esta zona, sino también para la sociedad de aquellos tiempos, para que hubiera fertilizantes para que los campos se cultivaran, para que hubiera alimentación para media España», dice el hijo.

Aldea Moret no sólo fue importante porque suministrara fosfatos para fertilizantes. Gracias a esta mina, explican los Muñiz, llegó el ferrocarril a Cáceres, con una línea que la comunicaba con los puertos de Portugal por Valencia de Alcántara.

Eugenio Cantero, hijo, sobrino, nieto y bisnieto de mineros, lamenta que la ciudad haya olvidado todo lo que este poblado aportó al progreso de la época, a cambio de dejarse la vida en «un trabajo muy duro que no se ha reconocido todavía».

Cantero, que no siguió la tradición familiar, sino que estudió una carrera gracias a que recibió la primera beca que concedió Unión Española de Explosivos a un «minero» de Aldea Moret, afirma que está a la espera de que le reciba la alcaldesa de Cáceres, Elena Nevado, porque quiere trasladarle la «obsesión» se su mujer, que se erija un monolito en el barrio «con una placa que diga ‘a todos los mineros que trabajaron...’», porque no hay nada que les recuerde. Incluso la estatua al minero que hay en la rotonda de la entrada a Aldea Moret «las pagamos las asociaciones del barrio».

Díaspora

«Cuando esto se cerró, cada uno fuimos a un sitio distinto», rememora Eugenio Muñiz.

Aunque ahora vive en Madrid, mantiene su relación con Aldea Moret. Como él, Eusebio Salgado, «fui el primer minero que salió de aquí, con 14 años», asegura. Con más de setenta, vive en Vitoria, pero no falta cada año a esta cita con otros «mineros» por Santa Bárbara.

Isabel Rodríguez, de ochenta largos, viene de Huelva. Ella es hija, nieta, sobrina, hermana y esposa de mineros. Asegura estar «jartita de lavar ropa, la tendía aquí mismo para que se soleara», dice señalando la explanada al lado de la iglesia. La mina hacía estragos entre los mineros, que morían jóvenes, dejando viuda e hijos. La infancia terminaba pronto: o te tocaba cuidar de los hermanos o te ibas a trabajar. Nina Díaz es un ejemplo de esta dura vida, «soy hija y huérfana de minero, mi padre murió cuando yo tenía trece años, estuvo cinco enfermo, mi madre penó muchísimo para sacarnos adelante» recuerda.

Francisco Palacios tiene una historia parecida. Tenía cinco años cuando murió su padre y aún hoy, más de seis décadas después, no puede evitar emocionarse con los recuerdos, «íbamos mi hermana y yo a esperarlo allí a la plaza del pino, cuando salía de trabajar, venía con las botas y el foco al hombro y nos cogía a mi hermana y a mí en cada brazo».

El flamenco también ha unido a este barrio. Los cantes mineros como la taranta, la minera, la cartagenera y la levantica están en la base de los encuentros de Amam, que se empezaron a celebrar a raíz del Festival flamenco Minas de Aldea Moret, que anoche reunió en el Gran Teatro a figuras nacionales y regionales de un arte, que pone música a todo un barrio.