Fama ardorosa del inicio del verano. Ya nos vienen amenazando con que vamos a pasar una estación de órdago, pero de órdago ardiente. Pues que el Señor nos proteja y nos libre, si puede ser, de esas calorinas insufribles que a veces asolan y calcinan estas geografías. Hay que salir al campo con la fresca del orto y, a nada que asome el astro, refugiarse de nuevo en la sombra de los árboles o de las casas.

Por las tardes es temeridad, está bien visto. Bueno, pues partimos hacia la contemplación de las huellas de nuestros antepasados. Nos acompañó esta vez nuestro amigo P. Pastor, químico, que además visitaba paraje familiar, no en vano procede, por rama materna, de estos pagos próximos al curso del Tamuja. De Plasenzuela a Botija y allí, por esa vía comodísima y asfaltada hasta las estribaciones de los castros de Villasviejas.

Y no nos vamos a detener ahora en contar los asombros y proezas de los antiquísimos vetones, que vivieron en ambas fortificaciones, porque ya lo hicimos en un anterior capítulo de estos Pasos y paisajes. Bueno está lo bueno, pero no tanto y sin empachar.

El caso es que, con la calor a cuesta, y el sudor acariciándonos las arrugas de la frente, JG nos trasladó un poco más abajo, curso del río, para entrar en un pago archinombrado en mentideros cinegéticos, y muy famoso por serlo, y mucho, las gentes que acuden en temporada de caza, a darle al dedo con fruición para quebrar el vuelo de la sin par alectoris rufa .

Bueno, dejemos eso ahora, y fijémonos en el portento de un río, con muchísima frecuencia de cauce semi seco, y hoy henchido de aguas sonoras y corrientes. De pronto un viejo molino par de un puente, cuyos pilares son unas formidables piedras de granito, y más abajo "¡Voto a Dios!, que me espanta esta grandeza y que diera un millón por describilla, porque ¿a quién no sorprende y maravilla, esta máquina insigne, esta grandeza?", efectivamente.

Lo que fue una presa magnífica, colmatada hoy por los sedimentos, en los cuales medra un barzal verde y tupido, nos ofrece el espectáculo de sus muros de cantería y pizarra, con unos contrafuertes enormes y poderosos, que a un servidor recordaron a Proserpina. Item más: estructura de un molino enorme, con sus dependencias, vivienda del molinero y vaya usted a saber y explicar el conglomerado de restos allí olvidados, que observan el paso de la eternidad. Ruedas de silex, arcos de ladrillos, troneras, ventanucos, etc, y todo arrullado por el son del agua corriente del viejo Tamuja.

Se nos va el espacio y no acabamos. No lejos, pozos de mineros, lúgubres estrechuras por las que descendían aquellos esforzados, para luego, en las galerías subterráneas extraer el mineral de plomo y plata. ¡Hay tanto que contar! Y además varios cerros de escorias, como si anduviésemos por las calcinadas soledades de Lanzarote. Escombrera de piedras quemadas, que el químico y el geólogo entendían, pero con las que el paseante de ínfulas líricas no daba pie con bola. "Estos Fabio, ay dolor, que ves ahora, campos de soledad, mustio collado". Cierto.

Además ni un pájaro, ni un animalito de pelo o pluma, ni un alma, nada. No más el calor vespertino del declinar de junio. Como el que sentían aquellos mineros, por ahí metidos en esas lóbregas galerías. "¿Y dónde dice usted que está todo eso?". Ahí. Muy cerca, yendo hacia Turgalium, a la diestra.