Hace unos días compartí cañas en el Dallas con Pilar Merchán, la que fue presidenta de la Diputación de Cáceres, su marido Olegario Montero, y la abogada extremeña, experta en Derecho Deportivo, María José López, afincada en Madrid, pero siempre vinculada a Cáceres, donde fue destacada miembro del movimiento estudiantil universitario, la primera mujer que dirigió la Filmoteca de Extremadura y también columnista de este diario.

Fue una charla entrañable, junto a buenos amigos, recordando con alegría episodios del pasado, porque lo vivido es la progresión que te lleva a estar aquí y ahora, que es realmente lo importante. Hablamos, como es lógico, de política. Recordaba Pilar, hoy presidenta de la Agrupación Local Socialista, la primera vez que dio un mitin. Fue en 1977, en Pinofranqueado; tenía ella poco más de 20 años. Eusebio Cano Pinto, licenciado en Ciencias de la Información y Filosofía, diplomado en Sociología y diputado por Cáceres, le escribió el discurso, y allá que subió Pilar al estrado ante un público de no más de 14 personas, todos hombres, muchos con sombrero, que la miraban atónita cuando ella defendía la liberación de la mujer, que las esposas tenían que trabajar, ser independientes, no pasarse toda la vida cuidando de los hijos, lavando y planchando. Pero aquel público, en ese momento, no quería escuchar nada de eso. Lo que les contaba Pilar les sonaba a chino. Ellos solo pretendían que les hablaran del fin de la Dictadura y de que con la muerte de Franco había terminado el período más oscuro de la Historia de España. Lo demás, todo lo que quedaba por hacer en este país, ya se vería...

Pilar, después de aquel episodio, a punto estuvo de jurarse a sí misma que nunca volvería a dar un mitin. Hasta que días después, en Coria, el Partido Socialista convocó a militantes y simpatizantes. Entonces, Pablo Castellano, que en las primeras elecciones generales, el 15 de junio de 1977, sería elegido diputado de las Cortes Constituyentes por la provincia de Cáceres, la empujó literalmente al escenario y le dijo: «Sube ahí arriba, mírales a los ojos y diles lo que quieren oír». Y así fue, Pilar, con toda su fuerza, con su verbo ágil, con sus arraigadas convicciones socialistas encandiló a los asistentes con aquellos principios fundamentales que deseaban escuchar.

Se preguntaba en 2014 Juan Arias en una tribuna que escribía en El País, por qué la política actual está perdiendo a los jóvenes. Y decía que la juventud considera anticuados a los políticos de hoy, «lo que no significa que aborrezcan la democracia. Mal distinguen ya entre izquierdas y derechas. Son pragmáticos y pospolíticos. No ven excesiva diferencia entre progresistas y conservadores. Para ellos son todos iguales, o casi. Y sobre todo, no les tienen miedo». Y añadía: «Ellos se conectan mejor con la antigua filosofía de los sabios griegos que decían: todo se mueve, nada está parado». Eso es lo que diferencia a los políticos de hoy de los de la Transición, que éstos supieron remar a favor de los vientos y eran jóvenes elegidos de entre aquellos jóvenes dispuestos a cambiar el rumbo de las cosas.

Todo es distinto. Demasiada tecnología, demasiada televisión, demasiado mensaje vacuo, demasiados escenarios estridentes en un país cada vez más descreído de quienes llenan nuestros hemiciclos. Ahora que la política se desdibuja, que contemplamos con pasmo como toreros o exdirigentes de multinacionales quieren hacernos creer que con ellos se solucionarán nuestros problemas. Surrealista espectáculo, donde hasta los tránsfugas están bien valorados, donde salen candidatos cuál conejos de las chisteras. Ay, España.

Pero fíjense que la otra noche en el Dallas me sentí realmente afortunado de poder hablar abiertamente de política, de aprender de la política, de confiar en la política como instrumento para ser mejor persona, no para generar enfrentamiento y discordia. La política alrededor de una mesa en el Dallas, un bar que está en Obispo Segura Sáez y que recomiendo. Nuestra conversación dio para mucho, incluso para profundizar en que no debemos responsabilizar al Estado de cuantos males nos acechan. Como ciudadanos tenemos la responsabilidad de construir este país. Los empresarios del Dallas lo hacen. Ellos y tantos otros cacereños dedicados al mundo de la hostelería que se dejan la piel para que esta ciudad prospere. Otro buen ejemplo de ello es La Tahona, que gestionan Emilio Manso y su hijo Alberto. Situado en la calle Felipe Uribarri, en un edificio singular y a un paso de la estatua de Leoncia, fue nombrado Mejor Restaurante 2018, el único con horno de leña para asados y con una carta donde no falta la cocina tradicional con un toque de innovación.

A veces las cosas solo consisten en reiventarse. Ya lo dijo Charles Darwin: «No es la especie más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que mejor responde al cambio». Eso lo simboliza como pocos Fulgencio Alías, más conocido como Fulgen. Su padre, también Fulgencio, fue propietario del Bar España I, que estaba situado en Cánovas, donde ahora hay una tienda de Orange (ya saben, la telefonía sustituye a la comunicación en la barra y esto es imparable). Luego montó, en la calle Gil Cordero, justo al lado de la gasolinera de Mirat, el Bar España II, donde antes había una tienda de compraventa de coches. El fundador murió hace 18 años, su mujer hace seis y fue entonces cuando Fulgen se quedó con el España II, que hoy lleva por nombre Fulgen Tradición. El próximo mes de mayo cumplirán cinco años al pie del cañón, creando empleo en Cáceres y deleitando nuestros paladares.

La gastronomía siempre me ha parecido mágica. Nunca fui buen cocinero, pero ahora estoy intentando aprender algo de los fogones, porque si cocinamos, creamos, y si creamos, estamos vivos. Cocinemos a fuego lento, recordemos las recetas de nuestras abuelas y votemos, hagámoslo por ellas, por las que nos pudieron ejercer su derecho; para hacer frente a la epistocracia, a quienes defienden que el votante es consustancial a la ignorancia. No lo olviden: somos lo que comemos, seremos lo que votemos.