A los cacereños lo que nos va es mirar. Ser espectadores de lo que sea con tal de que no valga mucho dinero. Y si es gratis mejor. Llega la cabalgata de los Reyes, y por muy cochambrosa que sea (que no es el caso de este año) todo Cáceres está en la calle. Lo mismo sucede con san Jorge, las procesiones y no digamos las llegadas de la Virgen. Cualquiera, no necesariamente un placentino, diría que los cacereños son unos pueblerinos que se quedan con la boca abierta ante cualquier bobada que circule por sus avenidas. Sólo acude a la asociación de vecinos a comerse las migas y la panceta porque formar parte de la junta directiva le parece cosa de políticos.

Lo que no va con el todo Cáceres es participar. Y menos aún en los carnavales. Porque durante los carnavales uno pierde su identidad, incluso la trastoca y no tiene empacho en hacer el ridículo. Y eso es demasiado para un cacereño. Porque una persona que gasta su dinero y su tiempo en fabricarse una imagen, que no deja de lucirla en el paseo, en el fútbol o en los acontencimientos sociales, no puede permitirse aparecer de incógnito, menos aún fingiendo ser lo que no es. El caso es que algunos disfrutan de los carnavales de Navalmoral, Badajoz o Montánchez. Será porque allí no los conoce nadie.