El cacereño Aníbal Martín se encontraba de viaje por la India cuando la pandemia comenzó a extenderse por España. Empezaban a cerrarse fronteras y, ante el miedo de quedarse aislado en el extranjero, decidió coger un vuelo y regresar a Barcelona, donde vive y trabaja. Todo en su familia estaba en orden hasta que, a los dos días de volver de la India, recibió una llamada: su padre había comenzado a tener síntomas y se había aislado en la habitación de su casa. Era algo que no les vino de sorpresa ya que su progenitor, que trabaja en la estación de trenes de Cáceres, había estado en contacto con compañeros que ya habían dado positivo y él, como el resto, «estaban trabajando con poca protección porque no llegaba», asegura.

Sin embargo el problema realmente no era su padre, sino que, al tener que aislarse ante las sospechas de estar infectado, su madre, que acaba de salir de una operación y por su delicado estado de salud es dependiente en muchos aspectos, se quedaba sola. La compra se la llevaba un cuñado y en casa ella intentaba hacer lo que podía. Al estar aún convaleciente de una intervención, cuenta con limitaciones pero más o menos se manejaba. Habían solucionado una parte del problema pero el miedo seguía porque lo que realmente preocupaba a sus hijos era que su madre se pudiera contagiar.

No lo pudieron evitar. A los días de estar su padre encerrado en la habitación, su madre comenzó con síntomas. Decidieron llamar a la ambulancia, que la trasladó a la Clínica San Francisco (tienen seguro privado): «Me llamaron porque mi madre tenía 39 de fiebre y no podía respirar. Mi padre estaba dentro de la habitación y no se atrevía a salir por si ella finalmente no estaba contagiada para evitar infectarla.

Fueron unas horas angustiosas hasta que nos llamó desde el hospital para decirnos que estaba bien. Vivimos fuera y es mucho más difícil», cuenta Aníbal. «Para mi padre también fue horrible, él escuchaba a los técnicos desde detrás de la puerta, no podía salir a ayudarla ni a acompañarla».

Incertidumbre y miedo

Una vez en la clínica la estabilizaron y le hicieron el test pero dio negativo, aunque los resultados no eran concluyentes. Los médicos no descartaron que estuviera contagiada porque el análisis no había salido bien. Decidieron entonces llevarla de vuelta a casa y repetirle a los días la prueba. «En cuanto me enteré de que mi madre volvía a casa me compré un billete de tren a Cáceres. No lo pensé, pero luego empezamos a darle vueltas, ¿y si resulta que no tiene el virus y voy yo y se lo pego?». Él no tiene síntomas pero todo su afán era proteger a su madre del coronavirus. Sabe el riesgo que corre.

Al final decidió quedarse en Barcelona. «Tenemos un sentimiento de impotencia porque no podemos echar una mano. Son nuestros padres. Es una incertidumbre constante de si dejar el confinamiento e ir a ayudarles. Es frustrante», asegura. Vive pendiente del teléfono y a lo largo del día no piensa en otra cosa pero a sus padres intenta transmitirles tranquilidad: «No llamo más veces por no agobiarles», añade. Tras repetirle la prueba a su madre, dio positivo. «Están un poco más tranquilos porque ahora, al menos, su padre y su madre están juntos (al estar los dos contagiados no hay necesidad de aislarse). Pero el miedo no se les quita: «Mi padre tiene una salud de hierro pero mi madre lleva 15 años de operaciones y tiene problemas en los pulmones. Mi cabeza está allí con ella».