Días éstos de junio de furiosas tempestades y cálidas calmas, que traen --inexorablemente-- el recuerdo del (calculadamente frío) barroco sevillano de Juan de Arguijo. Tempestades y calmas trajo, también, el asentamiento de los dominicos en la villa. Sabemos que el Fuero impedía el asentamiento de mendicantes, pero los franciscanos lucharon por el levantamiento de esta prohibición en 1472. Fueron estos franciscanos quienes, con mayor virulencia, se empeñaron en que los predicadores de la Orden de Santo Domingo no se establecieran en Cáceres.

La responsable de tal llamada fue Catalina de Saavedra, hermana de Francisco de Carvajal (el reconstructor de Santiago y de otras obras), cuyas casas eran el hoy conocido como palacio de Abrantes. Con parte de las huertas de ese palacio y con donación --por parte del Concejo-- de las cárceles que se situaban, aproximadamente, donde hoy se levanta la iglesia, se dotó a los padres predicadores de terrenos para levantar su cenobio. En 1529 el proyecto estaba bastante adelantado.

Ocupa el complejo un notable espacio, la iglesia es hermosa al exterior, encalada y su frontispicio hace ángulo con la actual fachada principal del convento, que no siempre estuvo allí. El conjunto se organiza en torno a un gran patio central, en el que se instala un hermoso pozo. Tras la desamortización se le dieron diversos usos (aduana, oficina de rentas, escuela) hasta que se hicieron cargo de él, en 1915, los padres franciscanos (quienes siglos antes se habían opuesto a su construcción), que todavía lo miman y que, en estos días, hacen reformas en él para mejorar su apostolado con los jóvenes desde su Fraternidad de Santa María de los Angeles.

La portada es serena, barroca, con hermosos acantos en la clave y las enjutas y una talla delicada y moderna de la Virgen del Rosario. El interior, es el habitual de las iglesias de predicación, amplio, diáfano, de una sola nave salpicada de capillas laterales en sus cuatro tramos y cubierta por hermosos terceletes y coro. En él trabajaron, entre otros, Gabriel de Roa, José de Paniagua, y Blas y Hernando Martín Nacarino. La construcción de la capilla mayor es verdaderamente novelesca.

En 1568, y ante Pedro González, otorga su testamento en Cáceres Beatriz de la Cerda, que murió a los 22 años, cuidada por una familia humilde de la villa, que ignoraba su verdadera identidad. Resultó poseer una notable fortuna en Valladolid, de donde escapó de un convento y recaló aquí. En su codicilo dejó 100 ducados para construir la capilla mayor y mandó enterrarse allí. El misterio de la vida de esta mujer es enorme, y en su propio testamento decía: Por cuanto de presente no se sabe en esta villa de Cáceres quien yo soy e yo no lo he querido decir ny manifestar y e estado desconocida sin decir ny manifestar quien soy . Su tumba desapareció en alguna reforma.

Con esos dineros se levantó el presbiterio y se pintó un retablo al fresco sobre el mismo, perfectamente documentado. Actualmente se encuentra oculto tras el retablo mayor barroco de 1679, policromado, que muestra pinturas al óleo de diversos santos dominicos (Santa Catalina de Siena, San Gonzalo de Amarante y el Beato Alvaro de Córdoba), así como la estigmatización de San Francisco. En la hornacina central se dispone una magnífica escultura de bulto redondo de Santo Domingo de Guzmán, de la mano de Luis Salvador Carmona.

Posee otras piezas notables, como los retablos laterales, entre los que destaca el de la Virgen del Rosario, bella imagen de candelero barroca, antigua patrona de Cáceres, de la que pocos se acuerdan. Posee un interesante ajuar y ya tenía cofradía propia en 1525, aunque esta imagen sea posterior. La actual capilla del Sagrario era el camarín de la Virgen y allí se ubicaba el retablo. Obras curiosas son el cobre de Eulogio Blasco, la talla de San Vicente Ferrer o un lienzo de la Inmaculada de aires murillescos.

Pero sobre todas destaca el Santísimo Cristo de los Estudiantes, (antes conocido como del Calvario o de la Buena Muerte) talla del taller de Gregorio Fernández, de notables proporciones, trágico dramatismo e impresionantes detalles realistas propios del barroco castellano, como las carnaciones cerúleas o los cuidados detalles naturalistas. Donado al convento por los marqueses de Camarena, su cofradía (mi cofradía) cumplirá, en breves fechas, su cincuentenario.

Cuando, el Viernes Santo, sale mi Cristo de Santo Domingo y enfila la calle Cortes, miro la casa (que ya no es mi casa) y los balcones (que no tienen crespones, ni banderas) y abuela no se asoma a ellos, ni papá se apoya en la puerta. Me emociono. Mariángeles de Manuel me dice: no llores, niño. Pero el niño llora los vivos que se llevó la muerte y los muertos que siguen en la vida. Y mientras baila mi Cristo, sobre un manto de claveles y brezo, suena la más hermosa de todas las marchas fúnebres: soy un hombre a quien la suerte, hirió con zarpa de fiera...