Hace más de 50 años que los hermanos Béjar Batuecas fundaron el Bar Béjar en Colón, que lleva cerrado lo menos 20. Ahora el que fue, junto a la Armería Martos, Musical Barragán y la Mercería López, buque insignia de esta calle se convertirá en un estudio de tatuajes. Pero detrás del local hay toda una historia de vida, la de Manolo Béjar, su hermano y su hermana, que dedicaron esfuerzo e incontables días de trabajo en este establecimiento de una calle donde vivieron los Guardiola, don Luis Valet y Estela, que era modista; Joaquín Fernández y Magdalena Bello; Manolo Leal y Pili Muro, padres del traumatólogo Alejo Leal; los López Duarte; el pediatra don Felipe Altozano y María; los Martín Santos, hermanos del médico Martín Santos; los Macías, familia del peluquero Luis Macías... En Colón estaban también la frutería de Alfonso y Aquilina, que su hijo Alfonso llevó luego el Supermercado Caballero; los Lechuguinas, que eran peluqueros, la panadería de José, y don Augusto Pintado, que era médico de familia y tenía allí su consulta.

El Béjar era un bar pequeño, de barrio, donde acudía mucha gente a tomar los vinos a mediodía y el café de la tarde. Allí se vendían helados Frigo, que los muchachos los cogían por la ventana, y fue de los primeros locales del barrio en tener máquinas de videojuegos.

El padre de Manolo era Policía Nacional, y uno de sus sobrinos, Miguel Ángel, lleva un taller mecánico en La Mejostilla.

En el Béjar se vendían las entradas del Cacereño cuando a los padres ser socios del equipo les costaba ocho duros y cuando el club jugaba en la Ciudad Deportiva, en la época de Tate, Valero, Cano de portero...

El bar, de esos de toda la vida, un auténtico clásico, tenía una gran clientela y estaba siempre lleno. Sin duda, marcó una época que aún permanece en la memoria de muchos cacereños, especialmente los vecinos más veteranos del barrio. El tiempo pasó, el bar cerró y ahora en lo que fueron sus muros un estudio de tatuajes grabará en la piel de nuevas generaciones una forma diferente de ver la vida.