La Montaña ha sido siempre un referente para los cacereños. En mi infancia y adolescencia había allí muy pocas casas. Sus propietarios eran las familias tradicionales de Cáceres. La carretera era estrecha. Se llenaba de romeros el día de fiesta y de paseantes cualquier día del año. En mayo era nuestro paseo mañanero.

Nos apostábamos en Fuente Fría y esperábamos la llegada de alguna pandilla de chicas con las que iniciábamos el camino con el objeto de pedirle a la Virgen que aplacara los ánimos de algún profesor e hiciera el milagro de conseguirnos un aprobado. Acabada la visita a la Virgen, que duraba muy poco por nuestra parte, retozábamos por los alrededores hasta la hora de la vuelta. Otras veces partíamos desde Fuente Concejo y si nos encontrábamos compañía femenina se entablaba una competición para ver quien subía en menor tiempo. El récord debía estar sobre los 17 minutos. Y en ayunas, pues si debías comulgar no podías tomar nada desde las doce de la noche del día anterior.

Próximas las Navidades se hacía necesario recopilar los elementos para confeccionar el Nacimiento. Ningún lugar más adecuado para encontrar musgo que la Montaña. Acudíamos allí guiados con una cesta y un cuchillo para sacarlo de entre las piedras. Los chiquillos sólo teníamos la misión de buscarlo, pues eran los adultos los únicos autorizados para usar el arma.