Así fue que, mientras tajicaba un palo con la navajita que ha tenido la gracia de regalarme nuestro amigo Francisco Pedrazo, ese artista de la madera y el acero, se nos ocurrió la idea de ir, de una vez, a visitar ese cerro, par del cual, tantas miles de veces hemos pasado indolentes y distraídos.

Antes, se nos ocurrió entrar en la churrería del Casar, para aliviar algo la gazuza mañanera con un cafelito y los churros consiguientes; a los que, por cierto, nos invitó nuestro amigo y condiscípulo Jesús Bermejo, compañero en aquel internado franciscano, tantas veces citado en estos deambuleos por pasos y paisajes.

Dejamos el auto donde la N-630 le mete un tajo decisivo a la calzada romana. Allá donde la Delapidata llega después de haber emergido del negror de las aguas y serpea hacia las estribaciones del Garrote.

Comenzamos la lenta y distraída ascensión zigzagueando y observando los componentes del suelo. Yo, por mi condición cinegética, con los sentidos puestos en guardia, para la constatación de la presencia de alguna forma de vida silvestre.

Ecole quá. Las pizarras fueron alternándose y dando paso a las areniscas grauvacas, que parecen pizarras pero no lo son. Y en un tris, las humildes y blandas losas grises dieron paso a la presencia definitiva de cantos rodados y arenas. ¡Por el Chápiro Verde! A medida que subíamos más y más elementos de los susodichos. ¿A qué ton materiales de las orillas y del fondo de los ríos, en las laderas de un promontorio semejante?

"Pues espérate, que vas a ver lo que hay ahí arriba", nos comentó nuestro amigo, práctico en estas lides. Arriba, una meseta, mesa dirían en Nuevo México, llena de bolos enteros o partidos y de arenas. ¡Pardiez! ¿Pero qué hace todo esto en estas alturas? Esto no tiene sentido.

"Pues claro que lo tiene. Hace miles de años, esto era el curso de una corriente, y debido al encajonamiento del río Tajo y a un movimiento a través de fallas, se elevó el terreno, formándose esta meseta, mesa o cerro". Nuestro amigo, el práctico, sabe explicárnoslo y lo entendemos; otra cosa es que un servidor, cazador de mano, no sepa hacerlo ahora, y sobre todo porque en aquel momento el aleteo estentóreo de un bando de perdices lo sacó de sus casillas y absorbió toda su atención. Maravilla milagrosa que en año tan nefasto ese bando medrase y nos ofreciese la belleza de su presencia.

Pero bueno, ¿de qué cerro nos está hablando usted? Ya lo he nombrado. Del Cerro Garrote, que está por ahí por Alconétar, y en cuya cima hay tres monumentos funerarios magníficos; sólo que, sobre uno de ellos, in alter tempore, los técnicos del Instituto Geográfico Catastral plantaron el mazacote de cemento de un punto geodésico. ¡Hala! ¿Qué más da? ¡Total, un montón de piedras, ¡no?!