El coronavirus lo ha cambiado todo, pero si hay algo con lo que esté siendo realmente cruel es con los fallecidos, a los que ha obligado a morir solos. No se les ha podido acompañar ni velar ni despedir… Y eso pasará factura porque el duelo, así, es más duelo. Ahora, cuando un familiar fallece en una residencia de ancianos o en un hospital es la funeraria la que se encarga de todo, va a recogerlo y lo pone todo a punto para el momento del entierro. El familiar no puede aparecer y eso genera angustia e inquietud.

«Muchos nos preguntan si al que van a enterrar es su padre o su madre porque ni siquiera le han visto. El miedo existe», reconoce el gerente del tanatorio Serfatima de Cáceres, Antonio Domínguez. Aunque no ha habido ninguna confusión. «Ha habido momentos de gran volumen de fallecimientos, pero todo ha estado controlado, no hay margen de error», asegura. Ellos se encargan de recoger sus pertenencias y de tramitar el certificado de defunción.

Una vez que lo recogen, trasladan el cuerpo al tanatorio y lo depositan en los túmulos, al mismo lugar donde habitualmente se les vela, pero están solos. Allí permanecen hasta la hora del sepelio. Hay algo que sí ha flexibilizado el coronavirus y es el tiempo que se debe esperar desde que se produce el fallecimiento hasta que se puede enterrar el cuerpo. Hasta ahora había que aguardar obligatoriamente 24 horas desde que se certifica la defunción, pero desde que comenzó la pandemia se intenta hacer cuanto antes (de media se están enterrando a las 12 horas), tanto si se trata de fallecidos a causa del covid-19 como por otras circunstancias.

El papeleo se realiza ahora por teléfono y por correo electrónico, incluso la licencia de enterramiento o de cremación. «Es una tramitación muy fría pero no les hacemos venir hasta aquí porque es más doloroso saber que tu ser querido está aquí dentro y no puedes hacer nada», reconoce Antonio Domínguez. Una vez que está todo listo se concreta con la familia la hora del entierro y se les advierte de que solo tres podrán asistir. «Se queda en el cementerio con ellos pero muchos prefieren venir hasta el tanatorio para seguir al coche fúnebre y acompañarlo», afirma Domínguez. Dice que ha habido un repunte importante de las incineraciones (no sabe la cifra exacta), pero muchos lo eligen por confusión. «La gente se piensa que si ha fallecido por covid hay que incinerarlo, pero no es así. Otros muchos lo hacen para que cuando se le haga la misa funeral, una vez que todo pase, puedan tener las cenizas allí con ellos», añade.

Y es que el coronavirus tampoco permite los funerales. Si la familia lo demanda puede contactar con un sacerdote, que se encargará de realizar un pequeño responso a la entrada del cementerio, de unos tres o cuatro minutos. «Es muy duro, nuestra situación es complicada. Ahora más que de funerarios hacemos de psicólogos. A las familias que han perdido a un ser querido esto les va a quedar toda la vida», agrega. A él tampoco se le olvidará. Están presentes en toda la provincia de Cáceres y han enterrado incluso a personas que han fallecido en Madrid. Ha vivido situaciones que nunca imaginó, como el caso de una madre y un hijo que estaban ingresados: «La madre falleció y, mientras la estaban enterrando, el hijo, que estaba en la UCI, también murió», recuerda. En la mayor parte de los casos, además, no todos los hijos han podido despedirse de sus padres porque solo pueden asistir tres personas al cementerio.

Domínguez insiste en la necesidad de flexibilizar las medidas en los enterramientos. A partir del lunes, si la región consigue entrar en la fase 1 de desescalada, podrán celebrarse velatorios y entierros con un máximo de 15 personas en espacios al aire libre y de diez en sitios cerrados; eso sí, manteniendo siempre la distancia de seguridad y las condiciones de higiene. Seguirá sin haber besos y abrazos. «Aunque sea con restricciones, por lo menos que puedan estar con su ser querido, es muy importante», insiste.