Mariano Amaral Pérez, El Nano para quienes le conocieron recorriendo calles cargado con estampas y cantos a la Virgen de la Motaña, ya es historia. Uno de los personajes más populares y queridos de la ciudad recibió ayer el último adiós de familiares y amigos tras su fallecimiento el martes a los 79 años en la residencia Asistida de la capital cacereña, donde pasó la última etapa de su vida.

Fue El Nano una figura que caló hondo en el corazón de quienes le trataron o coincidieron con él al doblar cualquier esquina entre las décadas de los 70 y los 90. Segundo de seis hermanos, a Mariano --como le llamaban en casa-- siempre le gustaron "las cosas de la Iglesia", recordaba ayer su hermano Emilio, solo un año menor que él. El mayor fue Isidoro, militar y padre de la cantante Eva Amaral, ya fallecido.

Carismático e inconfundible, El Nano nació en la calle Pereros, muy cerca de San Mateo. Sus padres, Antonia y Simón, compartieron la devoción de su hijo por vírgenes y santos. Sus plegarias, contaban sus familiares, servían para que la lluvia cayera cuando más falta hacía. Pero fue su estampa, con un crucifijo de madera en el que colgaba las imágenes religiosas, la que hizo entrar en ese catálogo de personajes genuinos de Cáceres que no se olvidarán nunca.

Mariano Amaral era un habitual de las parroquias que quedaban cerca de su casa: San Juan, Santa María, San Mateo... Allí compartía ratos con los curas. Su hermano Emilio decía ayer que "sus sermones eran mejores que los de los párrocos", aunque nunca llegó a plantearse la carrera de religioso por la discapacidad y los problemas de ceguera que sufría.

Una buena persona

Moret arriba, Pintores abajo, era fácil que los niños del colegio San Antonio en Margallo se toparan con él. Esa imagen, la de hombre devoto y excéntrico por sus maneras, no pasó nunca desapercibida. Nadie le recuerda un mal gesto ni una palabra de más. Solo bondad.

Sara y Selma, dos de sus sobrinas con 17 y 19 años, respectivamente, han recibido ese mensaje de cómo fue su tío. "Nos han dicho que era una persona buenísima y a la que recordaban cantando a la Virgen por la calle. Dicen que era un cielo", explicaban ayer.

Su hermano Emilio pidió que Cáceres le dedique un rincón, un lugar, para que el rastro de aquel santo de las estampas y las plegarias no se pierda nunca y quede en la memoria colectiva. Un recuerdo, una huella para que todo el mundo sepa que solo quiso hacer el bien. "Sería de justicia", añadió. José María Saponi y Carmen Heras, los dos últimos alcaldes que ha tenido la ciudad, recordaron ayer con cariño su figura y el recuerdo que deja tras su muerte. Así fue El Nano . Cáceres le debe el abrazo que él nunca le negó. En el cielo le esperan para seguir recorriendo caminos cantando sus sueños.