Juan José Viola Cardoso, cónsul honorario de Portugal en Cáceres ha fallecido hoy a los 78 años. Su capilla ardiente está instalada en la sala 4 del tanatorio San Pedro de Alcántara y el funeral se celebrará mañana a las 12 en la parroquia de San Mateo. La noticia ha causado una gran conmoción en la ciudad, donde Juancho (nombre de pila por el que todos le conocían) era muy querido. Hijo de Manuel Jacinto y Francisca, con 5 años Juancho hacía los trabajos propios de una explotación agrícola: segaba a mano de sol a sol y araba con yunta. Pasó todas las penalidades propias del campo, pero con la suerte de que en casa siempre había abundante comida y agasajo, chimenea donde se colgaba la matanza y un cuarto donde dormir. Fue, pues, la de Juancho una infancia en cortijos grandes en Monte Oscuro o La Galga de Alburquerque, con habitaciones para las niñas, habitaciones para los varones, habitación para los padres... un ambiente agradable, entrañable y feliz, serio y corporativo, bajo la autoridad de Manuel Jacinto, el patriarca, una persona con absoluta jerarquía que merecía ser respetado porque el respeto de todos se había ganado.

Antes de cumplir los 18, Juancho se trasladó con sus padres a Alburquerque, donde estudió en el Instituto de Segunda Enseñanza, en un libre adoptado, con bendición de los curas. Por la ventana de aquel instituto divisaba Juancho el cielo de la Sierra de San Pedro, ese azul intenso como los cuadros de Pietro de la Francesca . Así que a veces a Juancho le daban ganas de saltar esa ventana, de volver a su antigua vida, pero los exámenes apremiaban y había que acudir a otro instituto de Badajoz, donde parte del jurado lo formaban algunos profesores de Alburquerque, que eran quienes lo examinaban.

Pasó el tiempo, terminó el Bachillerato y ante sí quedaban dos opciones: o estudiar Magisterio, o estudiar Comercio. De manera que Juancho optó por lo segundo porque el hermano de un amigo suyo hizo como trabajo de final de carrera un anteproyecto para desarrollar una unidad de producción y de negocios. Y aquello le encantó a Juancho, que justo en 1º de carrera le llegó la edad de irse a la mili. Como sus hermanos Francisco, Manolo y Angel ya habían ido a filas y él, por ley, podía elegir cuerpo y lugar, escogió Badajoz, donde había una pequeña Unidad de Caballería. Lo malo fue que aquel año la transformaron en Brigada Blindada Hernán Cortés, número 2, con 2.000 soldados en el llamado Cuartel de la Bomba, de manera que no tardó en darse cuenta de que la mili era tal y como la pintaban: algo duro.

La parte buena también la hubo: encontró Juancho que existían unas unidades de complemento, cuyos miembros en lugar de portar charreteras rojas o verdes las llevaban blancas. Pronto descubrió Juancho que aquellos soldados formaban parte de los Cursos Regimentales de Complemento, que se hacían en la propia mili, así que Juancho acabó licenciándose de sargento de regimiento de complemento con charreteras blancas y grises 16 meses después, lo que le sirvió para evitar el curso de alférez en Montejaque, que hubiera alargado dos meses más el servicio militar.

Cuando Juancho acabó la mili y la carrera empezó a trabajar en una fábrica de piensos compuestos en Trujillo. Con su primer sueldo y un crédito de la Caja de Ahorros de Plasencia se compró su primer coche, un 2 caballos que costaba 185.000 pesetas.

Juancho se casó en Guadalupe con María Antonia Sofía Nevado de la Calle , una cordobesa de Cardeña, hija de Enrique y de Teresa (agricultores y ganaderos que tenían olivares), a la que conoció en Alburquerque porque un cuñado de ella trabajaba en la Junta de Energía Nuclear y había acudido a visitarlo.

En ese tiempo, Juancho comenzó a trabajar en Sopren SA, una empresa de tratamiento químico de la madera. La pareja se fue a vivir a Sierra de Fuentes. Allí Juanjo era feliz porque en parte regresó a su infancia, a un lugar donde podía tener gatos y perros.

Como Juancho tenía amigos en Portugal y conocía bien ese país, una noche durante una cena en casa de su amigo Alberto Ramoncinho , gobernador civil de Castelo Branco, a la que asistió Ramallo , presidente de la República, le propusieron seriamente que fuera cónsul de Portugal en Cáceres, algo que alegró profudamente a su padre porque alejaba a Juancho definitivamente de cualquier aspiración política.

Abuelo de una nieta: Inés , y padre de cuatro hijos: Guadalupe , abogada en Madrid; Manuel , arquitecto; Enrique , profesor de instituto en Ecija, y Luis María , ejecutivo de Galerías Lafayatte en París. Junto a su esposa residía en el número 3 de la plaza de las Veletas, donde también viven las monjitas de San Pablo o el gobernador militar. Era Juancho Viola feliz con su familia, también con su perro, que se llama Bonifacio Calatrava. A Bonifacio lo llamaban teckel en Madrid, porque aquí en Cáceres lo llamamos 'perrino' y algunos con mala sombra, 'salchicha', que eso ya no tiene gracia.

Lo cierto es que Juancho estaba exento de vanidades, él era de piñón fijo y sus amigos continuaban siendo exactamente los mismos, y sus recuerdos, exactamente los mismos, y su patria, exactamente la misma, porque su patria, como diría Rilke, era su infancia y todo lo demás, para él, era accesorio. Descanse en paz.