Meke, como conocían amigos y familiares a Mercedes Calles Martín-Pedrilla, fue una mujer empeñada en dejar huella. Primero en vida, con el ejercicio de una independencia excepcional para una mujer de su época y después, tras su muerte, con la voluntad de crear una fundación con su patrimonio para obras sociales y culturales. "Era de la opinión de que las personas pasan, pero las obras quedan", asegura Maritina Guisado.

"Fue realmente una mujer adelantada a su tiempo, de carácter fuerte y que le gustó siempre rodearse de cosas bonitas", recuerda el escritor José Miguel Carrillo de Albornoz, que la conoció.

Mercedes Calles nació en Cáceres en 1915 en una familia acomodada que vivía en una casa de la plaza de San Juan, donde está la tienda Mirón --parte de ella es patrimonio hoy de la fundación--. Hija de Manuel Calles Zarzo, abogado, y de Eugenia Martín-Pedrilla, que tuvieron otros 3 hijos. Pasó su juventud en Cáceres y vivió largas temporadas en Madrid, sobre todo, apunta su amiga Antonia Carvajal, "porque sus amigas se fueron casando".

Soltería elegida

Su soltería fue "elegida", añade esta amiga. En aquella época ser solterona tenía un carácter peyorativo. "Tuvo un buen número de pretendientes --recuerda--, sin embargo ella prefirió su libertad e independencia". De hecho se casó ya con más de 50 años, con Carlos Ballesteros, un "solícito" abogado de patentes de Madrid que la cortejó durante años, por lo que no tuvieron hijos.

Fue una "viajera empedernida". Realizaba varios viajes al año y de ello queda constancia en las decenas de colgantes de oro de todos los rincones del mundo que forman parte de la exposición permanente del palacio de los Becerra. También sus diarios de viajes y fotos.

Otra de sus aficiones fue el coleccionismo. "Decía que prefería comprarse un cuadro a un traje", cuenta Carrillo de Albornoz, quien asegura que su colección de opalinas y cristales de La Granja, es una de las mejores de España. A estas se suman obras de arte, mobiliario y otras piezas del XVIII y XIX, también expuestas en la sede de la fundación.

No fue tampoco una vividora al uso. Se hizo cargo de la gestión de las fincas agrícolas y ganaderas de la familia --Conejeros (cerca de Las Capellanías) y El Campillo (en la carretera de Badajoz)--, "afrontando situaciones difíciles para una mujer de su época --explica Carvajal--, ya que se movía en un ámbito masculino", pero de las que salía airosa logrando aumentar su patrimonio, hoy legado a la ciudad. Su empeño de dejar huella se ha cumplido.